Alejandro
Encinas Nájera
Elección tras elección se relata la misma historia.
Como en la premonición de una tragedia en la que desde el inicio se sabe el desenlace,
pero eso no obvia el intervalo que los separa, los candidatos de la derecha
prometen, visitan a sus vecinos, dan regalos, organizan comidas y festejos, se
placean. Una vez instalados en su curul, cuando los ciudadanos ya votaron y por
tanto se vuelven prescindibles, la cosa cambia; las promesas no sólo quedan
incumplidas, sino que legislan precisamente al revés de lo que ofrecieron en
campaña. Elección tras elección hay quienes todavía albergan esperanzas: “éste
sí es el bueno”, “ahora sí nos va a cumplir”. Pero la historia no ha cambiado
su curso.
Sin duda prevalecen inaceptables condiciones
electorales asimétricas, conductas fraudulentas y millonarias compras de votos
que quedan en la impunidad. Pero por más doloroso que sea, hay que reconocer la
otra cara de la moneda: hay millones de mexicanos que siguen votando
voluntariamente por sus verdugos.
En los hornos parlamentarios se está acabando de
cocinar una reforma laboral a lo sumo lesiva para la inmensa mayoría de los
mexicanos y que sólo favorece a un reducidísimo sector instalado en la punta de
la pirámide social. En grandes términos, es producto de una carrera mundial a
la baja en legislación laboral, en la cual los países más pobres compiten entre
sí para atraer inversión exterior a través de abaratar el trabajo. En tiempos
de crisis, para mantener la tasa de ganancia, la respuesta del capital es
reducir los costos laborales.
La reforma laboral erosiona la estabilidad y la
certidumbre laboral para crear una modalidad de empleo just in time deshumanizante, en tanto concibe al trabajo como cualquier
otra mercancía, adquirible cuando se requiera y desechable inmediatamente
después. La minuta que en los próximos días se discutirá en el Senado contempla
que el outsourcing no sea la
excepción, sino la norma; avala el pago por hora, el despido a distancia y los
contratos a prueba; desincentiva que los trabajadores demanden a su patrón por
despido injustificado, pues en vez de hacer más eficientes los juicios que llegan
a prolongarse hasta más de cinco años, tan sólo compromete al contratista a que
en el extraordinario caso de perder el litigio pague un año de salarios caídos.
Calderón, autonombrado presidente del empleo y
principal promotor de la reforma en contra del empleo decente, aprovecha un
problema estructural que su gobierno ha contribuido a expandir. Cada año crece
la cifra de los millones de desocupados. Debido a su situación crítica y
vulnerable, éstos se encuentran disponibles para reemplazar en cualquier
momento al trabajador que no coopere bajo este nuevo esquema. En efecto, el
desempleo es la principal amenaza del trabajo decente, el cual está conformado
por derechos (individuales y colectivos), prestaciones, retiro y seguridad
social. La iniciativa además de precarizar todo puesto de trabajo que se cree
en el futuro inmediato, precariza también el existente. Bajo la legalidad que
pretende instaurarse pueden fácilmente recortarse los empleos con derechos y
prestaciones adquiridas y ser sustituidos por las nuevas modalidades de
contratación.
Por otro lado, la minuta no toca ni con el pétalo de una rosa a los
sindicatos charros y de protección, como tanto alardearon algunos comentaristas
oficialistas. Por el contrario, los fortalece perpetuando el inmovilismo. No es
casual que el corporativismo adscrito al PRI no haya convocado a movilizaciones:
llegaron a un acuerdo cupular. Es ésta una consecuencia paradójica de la
reforma, pues los medios de comunicación pretenden legitimar el despojo general
a los trabajadores invocando figuras desacreditadas como Elba Esther Gordillo o
Romero Deschamps.
Lejos de favorecer la transparencia y la democracia
sindical, la reforma impone trámites insuperables para cualquier trabajador que
pretenda cambiar su representación sindical o ejercer su derecho a huelga.
Consolida el esquema sui géneris de las Juntas de Conciliación y Arbitraje en las
que el trabajador lleva todas las de perder. Además, quienes votaron a favor de
la reforma laboral entienden de forma muy extraña la democracia sindical, pues proponen
que las votaciones sean a mano alzada en un mundo repleto de gangsters y
golpeadores, donde si no hay lealtad al charro, hay coacción.
Eso en cuanto a los rasgos generales de la reforma.
Sin embargo, lo más desconcertante es que los sujetos que se verán más
afectados por su eventual aprobación, en su mayoría permanecen desinformados o
bien, indiferentes. ¿Estamos ante una suerte de masoquismo colectivo? ¿Ante un
síndrome de Estocolmo generalizado? ¿Acaso el pueblo mexicano tras tantas
afrentas y humillaciones está resignado a poner la otra mejilla? O, ¿por qué
hay tanta pasividad frente un poder que despreocupadamente abusa y despoja a
modo de rutina?
No vemos grandes marchas, concentraciones
tumultuosas o paros nacionales como ocurriría en un país con una cultura cívica
robusta. Los pocos focos de indignación encendidos no son proporcionales al
tamaño de la reforma que está a punto de aprobarse. Algunos representantes de
izquierda han cumplido cabalmente con su labor, pero mientras ganan los debates,
son mayoriteados en las votaciones. La aritmética parlamentaria no alcanza y hasta
el momento no ha sido secundada por un nutrido caudal ciudadano volcado en las
calles o protestando desde sus espacios laborales. Nos han hecho creer que la
reforma laboral es un asunto exclusivo de los sindicalizados, algo gremial que
no compete al resto. ¿Qué nos está pasando como país? Es natural que los grupos
dominantes y sus instrumentos partidistas y parlamentarios actúen de esta
manera y pretendan incrementar su control y ganancias. Lo que no es natural es
esta pasividad y aquiescencia por parte de los afectados.
Imputar como causal el masoquismo colectivo parece
una salida fácil y con poco vigor explicativo. Hay otras variables
determinantes que requieren incorporarse. Propongo para el debate las
siguientes, sin el ánimo de ser exhaustivas o limitantes:
A) Desinformación.-
Para Manuel Castells “si la batalla del poder es una batalla que se juega en
nuestras mentes, resulta que nuestras mentes viven inmersas en un entorno de
comunicación de donde reciben las señales con las que se activan las emociones,
se generan los sentimientos y se forman las decisiones. Por consiguiente,
existe una relación básica entre comunicación y poder”. En este sentido, más
del 90% de los mexicanos se informan a través del duopolio televisivo. Éste se
ha dedicado a encubrir las generalizadas medidas lesivas de la reforma laboral
a través de la denostación particular de líderes sindicales socialmente
repudiados, los cuales, por lo demás, no serán afectados. Es inaudito que la
nota principal de las sesiones de la comisión que dictaminó la reforma, es que
el diputado Martí Batres se accidentó al chocar con una puerta de vidrio.
B) Subestimar
al parlamento.- Aunque el Poder Legislativo desde hace varios años ya no es
comparsa o sombra del Ejecutivo, sino que se ha vuelto epicentro de las grandes
disputas políticas de la nación, en la cultura política mexicana prevalece el
abrumador legado del presidencialismo, desde el cual se piensa que las grandes
transformaciones, para bien o para mal, sólo pueden provenir de la Presidencia
de la República.
C) Hacer de
la izquierda una opción confiable.- Aunque se ha avanzado en ello, todavía
hay mucho camino por andar. En amplios sectores de la población la izquierda
sigue siendo percibida como incapaz, desconfiable y conflictiva. En tales capas
no ha podido permear su discurso y sus propuestas e incluso atemoriza su
eventual llegada a la Presidencia. Estos sectores de la sociedad, conformados
principalmente por clases medias (reales o no), profesionales y urbanas, aunque
son igualmente afectados por los saqueos neoliberales, no han cobrado
conciencia de sí. Algunos despistados se van con la finta del discurso
modernizador y de la unidad nacional. Que la izquierda sea una opción confiable
y capaz de conducir los rumbos nacionales, es la asignatura de nuestros
tiempos.
Está equivocado todo aquél que piense que los
legisladores de la derecha no rinden cuentas. El problema estriba en que no se
las rinden a la mayoría, sino a los grupos de poder que representan. Bastaría
con preguntarle a la Coparmex y demás cúpulas empresariales si se encuentran
satisfechas con el desempeño de sus instrumentos legislativos.
A modo de
conclusión
El especialista en materia laboral, Arturo Alcalde,
recientemente señaló que existe un embate contra los derechos colectivos de los
trabajadores en nuestro país. Su alegato prosigue lanzando una interrogante: ¿hasta
cuándo permitiremos que esta depredación continúe? En las redes sociales,
@gibranrr ironizó: "Ya lo dijo Marx: la historia ocurre dos veces, primero
como tragedia, luego como telenovela." Y seguirá siendo así siempre y
cuando lo sigamos permitiendo.
@A_EncinasNajera
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