martes, 15 de enero de 2013

Masoquismo, parlamento y reforma laboral



Alejandro Encinas Nájera

Elección tras elección se relata la misma historia. Como en la premonición de una tragedia en la que desde el inicio se sabe el desenlace, pero eso no obvia el intervalo que los separa, los candidatos de la derecha prometen, visitan a sus vecinos, dan regalos, organizan comidas y festejos, se placean. Una vez instalados en su curul, cuando los ciudadanos ya votaron y por tanto se vuelven prescindibles, la cosa cambia; las promesas no sólo quedan incumplidas, sino que legislan precisamente al revés de lo que ofrecieron en campaña. Elección tras elección hay quienes todavía albergan esperanzas: “éste sí es el bueno”, “ahora sí nos va a cumplir”. Pero la historia no ha cambiado su curso.

Sin duda prevalecen inaceptables condiciones electorales asimétricas, conductas fraudulentas y millonarias compras de votos que quedan en la impunidad. Pero por más doloroso que sea, hay que reconocer la otra cara de la moneda: hay millones de mexicanos que siguen votando voluntariamente por sus verdugos.

En los hornos parlamentarios se está acabando de cocinar una reforma laboral a lo sumo lesiva para la inmensa mayoría de los mexicanos y que sólo favorece a un reducidísimo sector instalado en la punta de la pirámide social. En grandes términos, es producto de una carrera mundial a la baja en legislación laboral, en la cual los países más pobres compiten entre sí para atraer inversión exterior a través de abaratar el trabajo. En tiempos de crisis, para mantener la tasa de ganancia, la respuesta del capital es reducir los costos laborales.  

La reforma laboral erosiona la estabilidad y la certidumbre laboral para crear una modalidad de empleo just in time deshumanizante, en tanto concibe al trabajo como cualquier otra mercancía, adquirible cuando se requiera y desechable inmediatamente después. La minuta que en los próximos días se discutirá en el Senado contempla que el outsourcing no sea la excepción, sino la norma; avala el pago por hora, el despido a distancia y los contratos a prueba; desincentiva que los trabajadores demanden a su patrón por despido injustificado, pues en vez de hacer más eficientes los juicios que llegan a prolongarse hasta más de cinco años, tan sólo compromete al contratista a que en el extraordinario caso de perder el litigio pague un año de salarios caídos.

Calderón, autonombrado presidente del empleo y principal promotor de la reforma en contra del empleo decente, aprovecha un problema estructural que su gobierno ha contribuido a expandir. Cada año crece la cifra de los millones de desocupados. Debido a su situación crítica y vulnerable, éstos se encuentran disponibles para reemplazar en cualquier momento al trabajador que no coopere bajo este nuevo esquema. En efecto, el desempleo es la principal amenaza del trabajo decente, el cual está conformado por derechos (individuales y colectivos), prestaciones, retiro y seguridad social. La iniciativa además de precarizar todo puesto de trabajo que se cree en el futuro inmediato, precariza también el existente. Bajo la legalidad que pretende instaurarse pueden fácilmente recortarse los empleos con derechos y prestaciones adquiridas y ser sustituidos por las nuevas modalidades de contratación.

Por otro lado, la minuta no toca ni con el pétalo de una rosa a los sindicatos charros y de protección, como tanto alardearon algunos comentaristas oficialistas. Por el contrario, los fortalece perpetuando el inmovilismo. No es casual que el corporativismo adscrito al PRI no haya convocado a movilizaciones: llegaron a un acuerdo cupular. Es ésta una consecuencia paradójica de la reforma, pues los medios de comunicación pretenden legitimar el despojo general a los trabajadores invocando figuras desacreditadas como Elba Esther Gordillo o Romero Deschamps.

Lejos de favorecer la transparencia y la democracia sindical, la reforma impone trámites insuperables para cualquier trabajador que pretenda cambiar su representación sindical o ejercer su derecho a huelga. Consolida el esquema sui géneris de  las Juntas de Conciliación y Arbitraje en las que el trabajador lleva todas las de perder. Además, quienes votaron a favor de la reforma laboral entienden de forma muy extraña la democracia sindical, pues proponen que las votaciones sean a mano alzada en un mundo repleto de gangsters y golpeadores, donde si no hay lealtad al charro, hay coacción.

Eso en cuanto a los rasgos generales de la reforma. Sin embargo, lo más desconcertante es que los sujetos que se verán más afectados por su eventual aprobación, en su mayoría permanecen desinformados o bien, indiferentes. ¿Estamos ante una suerte de masoquismo colectivo? ¿Ante un síndrome de Estocolmo generalizado? ¿Acaso el pueblo mexicano tras tantas afrentas y humillaciones está resignado a poner la otra mejilla? O, ¿por qué hay tanta pasividad frente un poder que despreocupadamente abusa y despoja a modo de rutina?

No vemos grandes marchas, concentraciones tumultuosas o paros nacionales como ocurriría en un país con una cultura cívica robusta. Los pocos focos de indignación encendidos no son proporcionales al tamaño de la reforma que está a punto de aprobarse. Algunos representantes de izquierda han cumplido cabalmente con su labor, pero mientras ganan los debates, son mayoriteados en las votaciones. La aritmética parlamentaria no alcanza y hasta el momento no ha sido secundada por un nutrido caudal ciudadano volcado en las calles o protestando desde sus espacios laborales. Nos han hecho creer que la reforma laboral es un asunto exclusivo de los sindicalizados, algo gremial que no compete al resto. ¿Qué nos está pasando como país? Es natural que los grupos dominantes y sus instrumentos partidistas y parlamentarios actúen de esta manera y pretendan incrementar su control y ganancias. Lo que no es natural es esta pasividad y aquiescencia por parte de los afectados.

Imputar como causal el masoquismo colectivo parece una salida fácil y con poco vigor explicativo. Hay otras variables determinantes que requieren incorporarse. Propongo para el debate las siguientes, sin el ánimo de ser exhaustivas o limitantes:

A) Desinformación.- Para Manuel Castells “si la batalla del poder es una batalla que se juega en nuestras mentes, resulta que nuestras mentes viven inmersas en un entorno de comunicación de donde reciben las señales con las que se activan las emociones, se generan los sentimientos y se forman las decisiones. Por consiguiente, existe una relación básica entre comunicación y poder”. En este sentido, más del 90% de los mexicanos se informan a través del duopolio televisivo. Éste se ha dedicado a encubrir las generalizadas medidas lesivas de la reforma laboral a través de la denostación particular de líderes sindicales socialmente repudiados, los cuales, por lo demás, no serán afectados. Es inaudito que la nota principal de las sesiones de la comisión que dictaminó la reforma, es que el diputado Martí Batres se accidentó al chocar con una puerta de vidrio.  

B) Subestimar al parlamento.- Aunque el Poder Legislativo desde hace varios años ya no es comparsa o sombra del Ejecutivo, sino que se ha vuelto epicentro de las grandes disputas políticas de la nación, en la cultura política mexicana prevalece el abrumador legado del presidencialismo, desde el cual se piensa que las grandes transformaciones, para bien o para mal, sólo pueden provenir de la Presidencia de la República.

C) Hacer de la izquierda una opción confiable.- Aunque se ha avanzado en ello, todavía hay mucho camino por andar. En amplios sectores de la población la izquierda sigue siendo percibida como incapaz, desconfiable y conflictiva. En tales capas no ha podido permear su discurso y sus propuestas e incluso atemoriza su eventual llegada a la Presidencia. Estos sectores de la sociedad, conformados principalmente por clases medias (reales o no), profesionales y urbanas, aunque son igualmente afectados por los saqueos neoliberales, no han cobrado conciencia de sí. Algunos despistados se van con la finta del discurso modernizador y de la unidad nacional. Que la izquierda sea una opción confiable y capaz de conducir los rumbos nacionales, es la asignatura de nuestros tiempos.

Está equivocado todo aquél que piense que los legisladores de la derecha no rinden cuentas. El problema estriba en que no se las rinden a la mayoría, sino a los grupos de poder que representan. Bastaría con preguntarle a la Coparmex y demás cúpulas empresariales si se encuentran satisfechas con el desempeño de sus instrumentos legislativos.

A modo de conclusión

El especialista en materia laboral, Arturo Alcalde, recientemente señaló que existe un embate contra los derechos colectivos de los trabajadores en nuestro país. Su alegato prosigue lanzando una interrogante: ¿hasta cuándo permitiremos que esta depredación continúe? En las redes sociales, @gibranrr ironizó: "Ya lo dijo Marx: la historia ocurre dos veces, primero como tragedia, luego como telenovela." Y seguirá siendo así siempre y cuando lo sigamos permitiendo.

   @A_EncinasNajera

No hay comentarios:

Publicar un comentario