Alejandro Encinas Nájera
Sin sobresaltos ni sorpresas, los días 15 y 16 de
agosto tuvo lugar en Acapulco, Guerrero la pomposamente denominada “Cumbre de
la izquierda mexicana”. Más que una cumbre, fue un encuentro de cuadros y
dirigentes perredistas que se caracterizó por su poca efusividad y en el que brillaron por su ausencia los dos
liderazgos que han acaparado las poco
más de dos décadas que tiene de vida este partido: Andrés Manuel López Obrador
y Cuauhtémoc Cárdenas.
Tampoco podría decirse que fue de la izquierda
mexicana –algo un tanto pretencioso y monopolizador– porque además de las
corrientes del PRD, apenas y aparecieron como “invitados especiales” algunos
aliados provenientes del PT y Movimiento Ciudadano, sin que fueran convocadas
las numerosas expresiones sociales que conforman el mosaico de las izquierdas
mexicanas (en plural).
Más allá de la foto del recuerdo y el intercambio
de tarjetas de presentación entre futuros compañeros de bancadas legislativas,
esta reunión tuvo la intención de mostrar a la opinión pública que la familia de la revolución democrática se
encuentra unida y fortalecida.
De ahí surgió la “Declaración política de Guerrero”, cuya parte medular es la
exigencia al TEPJF de un fallo exhaustivo y apegado a derecho, aunque en ningún
momento se plantea textualmente la invalidez de la elección, tal como reclama
el obradorismo. En vez de ello, recurren al concepto vago de la “vigencia del
Estado de Derecho”. El único que en franco destiempo y sin eufemismos de por
medio se apresuró a pedir a AMLO que aceptara a priori el fallo, fue el coordinador de Nueva Izquierda, Jesús
Ortega. Seguir su consejo sin siquiera conocer los argumentos que esgrimirá el máximo
tribunal en materia electoral, implica otorgar un cheque en blanco a la
impunidad. ¿Qué tal si la calificación es a todas luces ilegal debido a que
premia a quienes delinquieron? Siendo consecuentes con el pacto de civilidad
que firmaron todos los candidatos presidenciales, en tal caso habría que poner
la resolución en tela de juicio, puesto que lo que está en juego no es el
prestigio y carrera de siete jueces, sino la legitimidad de las instituciones
democráticas como conductos para arribar a decisiones colectivas.
Como ésta, hay muchas otras disonancias entre la
dirección de un instituto político inexorablemente volcado a sus acomodos
internos, y los desafíos que se presentan a las izquierdas en un país acechado
por la sombra del autoritarismo.
Sobre y
sub representación
Sólo desde el dolo o la ofuscación se puede afirmar
que AMLO es un lastre para la izquierda mexicana, como lo señaló el diario
español El País, en su editorial del
pasado 15 de julio. Basta un dato para desmentirlo: en las elecciones
intermedias del 2009, el PRD sufrió un descalabro electoral al obtener el 12.2%
de los votos, ubicándose muy cerca del Partido Verde, la cuarta fuerza
política. Debido a su bajo nivel de institucionalización y alta dependencia en
liderazgos carismáticos, es regla que al PRD le vaya mucho mejor en las
elecciones presidenciales que en las intermedias. En las dos ocasiones en las
que AMLO ha abanderado a la coalición de fuerzas progresistas, éstas han
obtenido su mayor votación y el mayor número de escaños parlamentarios.
Paradójicamente, quienes mejor han entendido este
factor y por ende le han sacado más jugo, han sido los chuchos, quienes se presentan como la corriente antagónica.
Aprovechándose del inocultable desinterés de López Obrador de la vida interna
del PRD, y de que Morena no cuenta con canales para traducir votos en escaños,
en los últimos años, Nueva Izquierda, sus aliados y quienes pactan con ésta
haciéndose pasar como oposición interna, se han apoderado del aparato
partidista.
Fue así como en el primer semestre de 2012, no más
de diez “operadores” palomearon a puerta cerrada la lista de candidatos que
gracias al arrastre de López Obrador a nivel nacional, y en algunas entidades al
impacto de su abanderado, como el caso de Miguel Ángel Mancera en el Distrito
Federal, llegarán a partir del 1ro de septiembre a un espacio de representación
popular. Es regla general que AMLO obtenga mayor porcentaje de voto que los
candidatos a diputados y senadores del Movimiento Progresista. Se da así un
desfase entre los casi 16 millones de votos que obtuvo López Obrador y la
escasa presencia que tendrá su línea política en el Congreso y en los parlamentos
locales.
La historia del 2006 tiende a repetirse. Tan pronto
tomen protesta, muchos le darán la espalda al tabasqueño. El caso de Ruth
Zavaleta, de Nueva Izquierda, es ilustrativo. Llegó a ser presidenta de la Mesa
Directiva en San Lázaro a través de las siglas del PRD. Acto seguido, se volcó
al calderonismo y posteriormente al PRI.
Desde hace seis años en el PRD se ha instaurado una
relación sumamente funcional para Nueva Izquierda y sus allegados, pero
deficitaria para AMLO. Los chuchos
han crecido desproporcionalmente gracias al respaldo popular del ex candidato
presidencial y a que éste, bajo el argumento de no involucrarse en los asuntos
internos, ha permitido que otros decidan. Hay veces que en política no querer
tomar una decisión implica que ya se tomó una decisión. Como crecientemente se
dice en Morena, mientras unos cultivan, otros cosechan.
Carisma vs
burocracia
Estas tensiones no son coyunturales: se derivan de
la histórica disonancia perredista entre
sus fuertes liderazgos carismáticos y una débil institucionalización que
nunca acaba de cuajar. El crecimiento electoral del PRD siempre ha estado
ligado casi exclusivamente a estas figuras. Por ello, como apunta el profesor
Octavio Rodríguez Araujo, los partidos de izquierda y particularmente el PRD
deben “desarrollarse y madurar como tales y no a costa de liderazgos que,
incluso por razones naturales, son o pueden ser menos permanentes que las
organizaciones políticas”.
Sin
corriente no hay partido
No es que el PRD haya rehusado intentar fortalecer
sus estructuras e implantación territorial. Es sólo que en tal periplo ha
naufragado. La ruta que escogió para contrarrestar la hegemonía del caudillo,
fue conformar corrientes internas, tal como existen prácticamente en todos los
partidos de izquierda en el mundo. Pero estas corrientes no sólo fracasaron en
cortar los lazos de dependencia con el líder, sino que devinieron en grupos de
interés. Hoy en vez de un partido político, el PRD se asemeja más a una
confederación de grupos que acuerdan por canales informales, socavando las vías
institucionales. Así, la voz de los individuos, núcleo básico de toda
democracia, es sofocada por los intereses corporativistas. Si un militante
quiere hacer carrera política en el partido, tendrá que hacerlo a través de una
corriente.
En conclusión
La llamada cumbre de las izquierdas –no faltó quien
la calificara como un acto histórico– pudo haber sido un formidable espacio
para reflexionar colectivamente acerca de éstas y otras asignaturas que se
quiera o no, tendrán que atenderse pronto. En vez de ello, salvo excepciones,
lo que prevaleció fue el discurso frívolo, los rostros autocomplacientes y en
algunos casos las prisas de que el episodio de la calificación de la elección
presidencial se dé por zanjado .