miércoles, 25 de abril de 2012
30 segundos de spotiza
¡A debatir!
Legalidad electoral: ¿Triunfo de la impunidad?
lunes, 9 de abril de 2012
El Berlusconi mexicano
Alejandro Encinas Nájera
Hay una amplia corriente de estudios que sostienen que en las sociedades contemporáneas la política es fundamentalmente mediática: las organizaciones, los mensajes y los líderes que no tienen presencia mediática, no existen para el público. Para el autor de Comunicación y Poder, Manuel Castells, los medios de comunicación no son el Cuarto Poder, pues son mucho más que eso: son el espacio en donde se crea el poder y se deciden las relaciones de poder entre los actores políticos y sociales rivales.
Atento a tales flancos vulnerables, Domenico Fisichella, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Florencia, advertía desde inicios de la década de los noventas que una de las principales amenazas que la democracia habría de enfrentar en nuestros tiempos, es la alianza de la oligarquía de los medios de comunicación con las oligarquías económicas y financieras. Desde entonces vaticinaba que el riesgo sería derivar en una oligarquía disfrazada de democracia.
En México, la peligrosa alianza a la que Fisichella se refería comenzó a colonizar las instituciones estatales a partir de la adopción de la doctrina neoliberal. Los tecnócratas gradualmente fueron desplazando, en el caso del PRI, a los nacionalistas-revolucionarios y, en el caso del PAN, a las corrientes demócrata-cristiana y sinarquista. De tal magnitud ha sido el éxito de esta coalición dominante, que no sólo logró subsistir, sino expandir su poder con el paso de la alternancia. A estas alturas, el duopolio televisivo –pieza central en la formulación del consenso ideológico entre dominantes y oprimidos–, puede prescindir del cabildeo y del lobby político, pues ya cuenta con su propia bancada legislativa en San Lázaro. En suma, si Azcárraga padre era un soldado de Los Pinos, con la colonización del Estado por parte de los poderes mediáticos y financieros, esta relación se ha invertido.
Para subsistir, esta alianza ha tenido que reconfigurarse, sortear fisuras internas y desechar a sus representantes estatales cuando dejan de serles funcionales. Es así como el bloque hegemónico ha encontrado su nuevo punto de cristalización en Enrique Peña Nieto.
Inquietan las semejanzas entre la construcción de poder y de imaginario público de Berlusconi en Italia, con la del candidato presidencial del PRI. Figuras frívolas y proclives a trivializar la política, ambos prefieren dirimir los asuntos republicanos en un reality show en el que ellos son los protagonistas. Aquí la frontera entre lo público y lo privado se difumina. No son casualidad los escándalos sexuales de Il Cavaliere, o su forma opulenta de vivir, tan atractiva para los sectores aspiracionistas. Tampoco lo es que Peña Nieto pretenda hacer pasar su carrera como una tv novela de ensueño. En los dos casos se trata de una estrategia política claramente delineada, en la cual la nota rosa y las revistas de corazón ocultan la nota roja. De tal modo, la atención pública se desvía en cuestiones personales irrelevantes, dejando el terreno político libre de escrutinio, como un campo fértil para cometer tropelías que florezcan con impunidad.
Italia fue el laboratorio y en México se intenta gestar la réplica de una novedosa forma de liderazgo político que conjuga las técnicas de la mercadotecnia con las formas más añejas de dominación. En tiempos de la mediatización, prevalece la represión física, el corporativismo, el populismo, el aparato partidista, la doctrina del shock y una concepción sumamente autoritaria del poder. En el caudillismo digital, del telepronter, el Poder Legislativo es un estorbo cuando no un obstáculo a la eficiencia del líder. Por eso el sueño en ambos casos es fabricar mayorías artificiales. Para lograrlo, Berlusconi compraba a diputados de la oposición; Peña Nieto también lo hacía en sus tiempos de gobernante mexiquense, pero él además propone atavismos como la cláusula de gobernabilidad, o la medida demagógica de reducir el número de legisladores, lo cual no es otra cosa que sobre representar al PRI, y por tanto mermar el principio democrático de proporcionalidad entre votos y escaños.
Slavoj Zizek advertía que el hecho de que Berlusconi fuera un “bufón sin dignidad” no es motivo para reírse tanto de él, pues quizás con las burlas le estaríamos haciendo el juego. Lo cierto es que detrás de los reality shows de Berslusconi y Peña Nieto hay una maquinaria de poder estatal funcionando con brutal eficiencia. Sus engranajes están lubricados con el dinero y los intereses de las minorías privilegiadas. Por tanto, en el caso mexicano lo peor que podrían hacer los detractores de Peña Nieto es subestimar su habilidad política... aunque no recuerde los títulos de sus tres libros favoritos y un largo etcétera.
A tres meses de la cita de los mexicanos con las urnas, es fundamental que la izquierda y la ciudadanía crítica derriben lo que Zizek denomina el silencio de la aceptación, o bien, de la resignación. Desde ahí se concibe el arribo de estas personalidades y su permanencia en el poder estatal como un destino inevitable. –Es la democracia de aquéllos que ganan por default, el triunfo de la desmoralización cínica–, agrega este filósofo. En otras palabras, aún estamos a tiempo de no erigir un Berlusconi mexicano.
5 notas sobre el PRD
Alejandro Encinas Nájera
El PRD fue concebido como un instrumento al servicio de la sociedad mexicana. Pretendía en sus orígenes ser una correa de transmisión que hiciera resonar en las instituciones públicas –desde los parlamentos hasta los diferentes órdenes de gobierno–, las demandas y reivindicaciones de los trabajadores, amas de casa, sindicatos, campesinos, movimientos sociales, estudiantes, intelectuales, migrantes, así como de amplias franjas de la sociedad históricamente oprimidas. Hoy el panorama es completamente distinto.
En algunos aspectos, pareciera que el partido del sol azteca no pudo superar la prueba de fuego que implicó transitar de décadas de lucha desde la oposición, a los éxitos electorales y al ejercicio de gobierno. Costó años de lucha, e incluso vidas, que el régimen reconociera el derecho de la izquierda a participar. Por eso es inaceptable que una vez que a través del PRD se consiguió, muchos de sus miembros olvidaran los motivos por los que esta fuerza política reclamaba ingresar. El resultado es un aparato partidista cada vez más alejado de los ciudadanos, exhibiendo una inmensa desmemoria. ¿Cómo es que se llegó a este punto?
1. Renuncia a una vocación de mayoría.- Existe una contradicción entre los intereses de los grupos de presión al interior del partido y de un interés general muchas veces invocado, pero pocas veces aplicado. Muchas de las corrientes internas han abandonado la pretensión de convertirse en mayoría. Eso los tiene sin cuidado siempre y cuando sus intereses puedan seguir reproduciéndose. La formación de mayorías exige tomar riesgos, tejer alianzas, ceder a veces y abandonar las áreas de confort. Pero eso no pasa porque afecta el modus vivendi de muchos grupos. De tal forma, en vez de articular un bloque sólido que proponga alternativas al régimen actual, lo que hay es un mosaico de pequeñas parcelas, cuyos usufructuarios las defienden a capa y espada. La constante en el proceso de selección interna de los candidatos perredistas no ha sido sopesar quiénes son los perfiles más competitivos y representativos, sino quién garantiza lealtad, subordinación y el pago de un diezmo a sus respectivos jefes políticos. El triunfo entonces pasa a un segundo plano.
2. El PRD es más un membrete que un partido.- No existe una vida partidista como tal. La militancia se realiza al interior de las corrientes. La lógica sectaria ha llegando al colmo de la existencia reconocida por todos de fracciones o subcorrientes al interior de las corrientes mayoritarias. Las divisiones entre estos grupos no son producto de diferencias ideológicas o programáticas. En el PRD se crean, alían y fusionan corrientes al calor de la coyuntura para disputar cargos en el aparato partidista y obtener candidaturas. Algunos estudios categorizan al PRD como un partido de partidos, una federación partidista o, en términos más coloquiales, como una coalición de tribus que se mantienen unidas estrictamente por la búsqueda común de espacios y posiciones.
3. La representación proporcional se ha desvirtuado.- Sería grave olvidar que lo que inspiró la representación proporcional fue acabar con la sobrerrepresentación priísta y así comenzar a pintar de múltiples colores las cámaras legislativas. Fue así como la oposición pudo volverse parlamentaria. Por eso, es de una infinita irresponsabilidad que el PRD, uno de los principales favorecidos por esta fórmula electoral, la desvirtúe y degrade, afianzando la idea entre la ciudadanía de una partidocracia, o bien, de un autoritarismo de partidos. Las candidaturas “pluris” son la oportunidad que tienen los partidos no sólo de colocar a sus cuadros más destacados y preparados, sino también de estrechar lazos con distintos sectores de la sociedad civil, como las feministas, los jóvenes, los intelectuales, los sindicatos, la comunidad LGBT, entre otros, a través de la postulación de un ciudadano que represente su agenda. Pues bien, es la primera vez en la historia de este partido que en las listas no figura ni siquiera un candidato externo. Por el contrario, los lugares se reservaron y repartieron entre las corrientes como pedazos de un pastel. Así que quien no estuviera afiliado a una de éstas, no tuvo posibilidades de ser nominado.
4. El PRD tiene que democratizarse.- El actual proceso de selección interna de candidatos se asemeja a una mesa de naipes en la que a lo mucho cuatro o cinco jugadores están barajando las propuestas y obteniendo sus cuotas dependiendo de la cantidad de fichas que cada uno de ellos porta. Los Consejos del partido, máximas instancias de decisión en los periodos en que no sesiona el Congreso Nacional, se limitan a ser una figura testimonial y decorativa que abala y legitima los designios que descienden de la cúpula. Por todo lo anterior, ésta es la asignatura pendiente más apremiante. Es inconcebible que un partido que precisamente surgió a raíz de un fraude electoral, no enarbole la bandera de la democracia como una máxima inexcusable. Es más, la democracia a estas alturas ya no sólo representa un imperativo ético; también es un mecanismo que aporta eficiencia en las tomas de decisiones.
5. El PRD no es patrimonio de sus dirigentes.- Por último, vale decir que prevalece una lógica patrimonialista en el aparato partidista. El dedazo, la imposición, frases célebres como “acuerdo mata estatuto” o “el respeto al territorio ajeno es la paz” y las negociaciones a espaldas de la ciudadanía, son prácticas informalmente institucionalizadas. Preocupa que hoy que la izquierda se encuentra en plena disputa por la Presidencia de la República y por refrendar la confianza que los capitalinos le han conferido durante quince años, el partido en vez de ser un facilitador, esté poniendo piedras en los caminos tanto de López Obrador como de Miguel Ángel Mancera. Desde las candidaturas sin arraigo, hasta postulaciones francamente impresentables, desde el desinterés por conocer las preferencias ciudadanas, hasta la soberbia derivada del exceso de confianza, el PRD está más enfocado en sus negociaciones y “equilibrios” internos que en trabajar para que aumente la intención de voto de sus candidatos.
En conclusión
Una equivocación recurrente de la izquierda ha sido callar o solapar los errores propios supuestamente en aras de no regalar argumentos a la derecha y con ello allanarle el camino al triunfo. Yo sostengo precisamente lo contrario: precisamente porque se posterga indefinidamente tal debate, es que los mismos de siempre se salen con la suya. El país está necesitado de una urgente transformación y la izquierda es la única fuerza política capaz de efectuarla. Para ello se requiere un partido revitalizado, cercano a la gente, con principios y con un avanzado despliegue organizativo. Aunque a muchos les incomode, la crítica es sana y pertinente. Sin embargo, no puede quedarse ahí, tiene que avanzar hacia la construcción de alternativas. Ya lo dijo Armando Bartra: “La izquierda no es la que mienta madres, sino la que aporta soluciones”. Por eso seguiremos insistiendo en la renovación ética y generacional de la izquierda partidista.
A de Acarreo
Alejandro Encinas Nájera
“Nomás venimos a perder el tiempo y traemos a los
niños con hambre y con sed aquí. ¡Imagínate!
Y nos traen desde temprano. Eso no se vale.”
Asistente a un mitin de campaña de Eruviel Ávila
Nuestra transición a la democracia se encuentra estancada en un área gris en donde las nuevas instituciones coexisten con las viejos usos y costumbres del poder. Lo nuevo aún no nace plenamente, mientras que lo viejo se resiste a morir. En varios aspectos, nuestra transición colinda con el gatopardismo: cambiar todo para que todo siga igual. En efecto, alguna vez el PAN fue oposición minoritaria pero auténtica al PRI. Cuando sus posibilidades de formar mayoría eran remotas, casi descartables, prometía que cuando arribara al gobierno las cosas serían diferentes. Pero una vez que probó las mieles del poder, como ocurre con un hechizo, comenzó a reproducir las prácticas que decía repudiar.
La herencia priísta no sólo prevalece, sino que se ha expandido. Sus mecanismos han rebasado fronteras previamente establecidas, colonizando al resto de los partidos que conforman nuestro sistema político. Es así como se ha asegurado la continuidad del modelo autoritario acuñado férreamente a lo largo de siete décadas. Este legado bien podría inspirar una formidable obra titulada El Diccionario ilustrado de la jerga y las prácticas de la política mexicana.
Ahí se incluirían estudios sociológicos sobre conductas pertenecientes al régimen surgido tras la Revolución y cristalizadas en frases emblemáticas como: “El que se mueve no sale en la foto”; “La moral es un árbol que da moras”; “Político pobre, pobre político”; “Es un error vivir fuera del presupuesto”; “La Revolución nos hizo justicia”; “La política es el arte de tragar sapos sin hacer muecas”; “Sólo a las moscas las matan a periodicazos”; “Los carniceros de hoy serán las reces del mañana”; “Nunca digas lo que piensas”; “Que el que pierda no llore y el que gane no atropelle”; “Si a las doce del día el pueblo dice que es de noche, debemos encender las luminarias” y; la madre de todas ellas, “El pueblo mexicano no está listo para la democracia”.
Lugares más que asegurados tanto por su historia como por su vigencia, tendrían conceptos como el charrismo sindical, el cacicazgo, el clientelismo, el corporativismo, la urna embarazada, el ratón loco, la operación tamal, el fraude patriótico, el mapacheo, el acto de planchar, el mayoriteo democrático, el acuerdo en lo oscurito, el dedazo, la operación política, mi referente, mi líder, el militante distinguido y desde luego, el concepto que da título a este artículo. Comencemos con la A de acarreo.
La toma de protesta de Josefina Vázquez Mota como candidata a la presidencia postulada por el PAN, demuestra en qué medida los pilares que sustentaron al autoritarismo priísta permanecen en pie, tan vigorosos como antaño.
El domingo 11 de marzo desde temprano, vecinos de la zona denunciaron y publicaron por Twitter la inusual saturación de camiones en las inmediaciones del Estadio Azul. Provenían principalmente del Estado de México, Morelos, Michoacán, Guanajuato, Tlaxcala, Hidalgo y Puebla, síntoma del raquítico panismo en la capital. Más tarde, lo que Televisa pretendía maquillar tras la versión de un estadio “parcialmente lleno”, se desenmascaró a través de las redes sociales y de algunos reportajes periodísticos que no por irónicos perdieron severidad, como el de Adriana Flores en Milenio TV. –“Al de Sedesol”, –“No ni sé, nomás me pegué yo”, –“A ver una pelea de toros”, –“al cierre de campaña”, fueron las respuestas de algunos asistentes cuando la periodista les preguntó a qué evento se dirigían. Pese a los amagues de los operadores políticos, tras cuatro horas de insolación, la inmensa mayoría de los asistentes dejaban vacías las butacas al tiempo que Vázquez Mota tomaba protesta.
Esta postal ilustra desgarradoramente la realidad de la democracia en México. Y no sólo eso. El acarreo evidencia nítidamente el desprecio a la dignidad humana por parte de quienes trafican con la pobreza y las necesidades de la gente. A cambio de una despensa pagada con el desvío de nuestros impuestos, una pequeña remuneración económica, o bien, con una mentira sobre la naturaleza del evento o con la amenaza de eliminarlos del padrón de determinado programa social, las personas más desposeídas –con las cuales el país tiene una deuda inmensa–, son movilizadas para llenar plazas. Con vallas y dispositivos de seguridad de por medio, entre confeti, edecanes y música en vivo, quienes son acarreados desde los rincones más olvidados, están ahí para colmar la insaciable vanidad del candidato en turno. No importa que estas personas pasen hambre, sed o insolación. Tampoco que su presencia se deba a que quienes los convocan se aprovechen de sus necesidades más apremiantes. Lo que importa es mostrar músculo, que el mitin luzca lleno. En el recuento, ya cuando los camiones regresan con tripulantes cansados, a los organizadores ni siquiera les pasa por la mente una cruel ironía: estos esquemas de campaña se han vuelto obsoletos, pues carecen de incidencia electoral. Terminan siendo actos de consumo interno.
Así, desde el cinismo que permea la política tradicional, la intoxicación de 709 personas provocada por distribuir tacos de arroz con huevo que contenían una bacteria conocida como estafilococo dorado, y que fueron llevadas a la fuerza a un mitin priísta en el municipio de Chilapa, Guerrero, el pasado mes de febrero, es, recurriendo a la jerga política mexicana actualizada, un daño colateral.
La mirada de aquéllos que han sido acarreados a un mitin denota agobio y tristeza. Sus ojos son sabedores de la afrenta cometida. Cuán diferente es la alegría de aquellas multitudes que guiadas por su libertad de conciencia se reúnen para arrancarle al régimen una porción de libertad y democracia. Construyen paso a paso un yo colectivo, o mejor dicho, un nosotros. Son personas que desarrollan un sentido de pertenencia y que se asumen corresponsables en la construcción de una vida en común. Los hemos visto en el 68, su solidaridad se presentó tras el temblor del 85, y más recientemente, protestando en contra del desafuero, defendiendo el petróleo o demandando una paz justa y una vida digna de vivirse. En estas multitudes reside una potencialidad creciente para erradicar las jergas y las anacrónicas prácticas priístas de la vida pública de México, y así comenzar a escribir, con la mano izquierda, un nuevo diccionario que inicie con la letra D de democracia.
Relevo generacional de la izquierda
Alejandro Encinas Nájera
Al menos desde que Jacques Bénigne Bossuet, preceptor del rey francés Luis XV y defensor de la teoría del origen divino del poder para legitimar el absolutismo, declarara que la política es un acto de equilibrio entre aquellos que quieren entrar y aquellos que no quieren salir, se han generado muchos malentendidos en torno al concepto del relevo generacional. Algunos piensan que consiste en llevar a cabo la máxima del agandalle “quítate tú para ponerme yo”. Otros, un tanto más parcos, simplemente sostienen que es producto del inevitable curso de la vida. Así, la idea pierde toda su fuerza transformadora. El desafío lanzado por estas posturas cínicas o pesimistas es responder, ¿qué alternativas ofrece un auténtico relevo generacional? Anticipo que la pregunta incumbe únicamente a la izquierda, pues un joven conservador no sólo es una paradoja andante, sino también un agente que reproduce el orden existente.
El panorama actual es desalentador. México ha naufragado en los mares de la corrupción y la impunidad. Mientras el Estado sirve exclusivamente a una minoría cada vez más reducida, la inmensa mayoría de los mexicanos se encuentra en la miseria, la exclusión y el olvido. Los gobiernos neoliberales –que no dejan de ser autoritarios–, han hecho uso del poder en el peor de sus sentidos. Para ellos, la política no es capacidad para transformar, servir, producir, tejer comunidad; es meramente poder para controlar, subordinar y despojar.
Sería ingenuo pensar que la vía para salir del atolladero en el que nos encontramos y revertir el desmoronamiento de la vida pública de nuestro país, pueda provenir de aquéllos que precisamente han sido los responsables de que nos encontremos en la actual situación. Lo que el país requiere es una renovación tajante del modo de hacer y de pensar la política, la cual, por los motivos señalados, sólo puede provenir de la izquierda. Sin embargo, aún en las izquierdas hay resistencias al cambio e inercias que combatir. Por ello sostengo que el potencial renovador de la izquierda se incuba principalmente en las generaciones emergentes, al menos por cuatro factores que constituyen lo que aquí denomino el bono generacional:
El primero es que a diferencia de las generaciones que nos antecedieron, la nuestra nació una vez arrancada la aún inacabada transición de un régimen autoritario a uno democrático, con lo cual nos hemos formado y socializado con los valores e ideales de la democracia, tales como la autonomía personal, la autoexpresión y la tolerancia. Tales valores emancipadores dan prioridad a la libertad sobre la disciplina colectiva, a la diversidad humana sobre la conformidad de grupo y a la autonomía cívica sobre la tutela del Estado (Ver Inglehart y Welzel: 2006).
En segundo lugar, las nuevas generaciones cuentan con mayor preparación académica e información que las generaciones previas, pero al mismo tiempo tienen menos oportunidades de conseguir un trabajo acorde a su nivel de preparación. Como sostiene Lorenzo Meyer, “nada tiene de extraño que sean esos jóvenes los más indignados y los más disponibles para la protesta (y la transformación) pues combinan preparación con desocupación”.
En tercer lugar, para insertarse en un mundo que organiza su globalización a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación –las cuales también han modificado determinantemente las formas de interacción política–, es indispensable contar con acceso y capacitación en su manejo. Nuestra generación concentra las habilidades y aptitudes que la sociedad del conocimiento requiere. Pese a que aún es muy amplia la brecha digital, existe una tendencia a que se vaya acortando entre las juventudes, y sobre todo entre las generaciones que nos sucederán.
Por último, frente a los principios que han entrado en un periodo de agotamiento crítico como la jerarquía, disciplina, deferencia y sumisión, los cuales organizan hoy la relación representantes-representados incluso en las democracias más consolidadas, las nuevas generaciones han dado muestras de organización a través de principios democráticos, descentralizados, horizontales, solidarios, plurales e incluyentes, propios de las sociedades-red del Siglo XXI. Los cambios culturales de las últimas décadas han producido a su vez una ciudadanía crítica y escéptica, la cual fomenta la rendición de cuentas por parte de los gobernantes y la instauración de una auténtica democracia que no se limite a la fachada.
Como queda constatado con los cuatro factores que conforman el bono generacional, el relevo de la izquierda partidista implica una profunda ruptura con las formas con las que hasta ahora se ha venido haciendo política. Se trata del arribo de un pensar y quehacer político distinto, actualizado a las nuevas realidades y desafíos. Ser joven por sí sólo no es un mérito, también hay que pensar como joven. Por eso el relevo generacional al que me refiero no incluye a los jóvenes seniles, pero sí a los viejos-jóvenes que aún resisten y de los que tenemos mucho que aprender. Debido a que uno empieza a envejecer cuando deja de luchar, Stephane Hessel, autor de Indignaos, de noventa y tantos años de edad, indiscutiblemente forma parte de este relevo. En el mismo sentido, no sólo sería una salvajada, sino también una desmemoria pedir que figuras con décadas de lucha, como por ejemplo doña Rosario Ibrarra, fueran desplazadas en aras del relevo generacional. Quien piense así, no ha entendido de qué se trata esto. El relevo ha de retomar y aprender de lo mejor de las tradiciones de luchas de la izquierda. El conflicto, evidentemente, no es con los luchadores sociales de toda la vida ni con los militantes o dirigentes honestos y con principios. Con ellos, se tienen que tejer puentes de solidaridad intergeneracional. La disputa es con quienes tienen conculcados para satisfacer sus intereses personales los aparatos partidistas e impiden a toda costa el arribo de nuevos proyectos.
El relevo generacional consiste en que los jóvenes hagamos efectivo nuestro protagonismo en el presente, compartiendo influencia en la toma de decisiones públicas con las generaciones que nos preceden. Y es que aunque en la actualidad representamos una tercera parte de la población del país, nuestras voces y reivindicaciones no están siendo escuchadas. Para enmendar lo anterior, debemos instaurar acuerdos intergeneracionales en los que prevalezca la justicia y la solidaridad a través del diálogo en condiciones simétricas. También se deben desechar prejuicios “adultocéntricos” que relegan mañosamente a las juventudes porque “les falta experiencia”, “no están preparadas” o porque “todavía tienen que aprender de sus mayores”. Lamentablemente estas ideas tienen arraigo hoy en día en los partidos de la izquierda mexicana. Una y otra vez los dirigentes partidistas le han propinado a sus juventudes la misma receta: 100 gramos de obediencia, 50 gramos de disciplina, revolver con diligencia, calentar durante 20 años en los hornos del aparato y con las sales de la suerte obtendrás tu recompensa. Manteniendo a fuego lento tal expectativa, han logrado que muchos jóvenes posterguen indefinidamente cualquier atisbo de rebeldía.
Como consecuencia, es preocupante que la política convencional esté siendo adoptada por muchos jóvenes, con lo cual en vez de abrir nuevas vías de participación política y experiencias participativas autónomas, contribuyen a que se reproduzcan las existentes. Como generación debemos optar por un camino más difícil, terco a veces, que exige convicciones y perseverancia y que, en tanto desafía órdenes establecidos, generará animadversiones y recelos: tenemos que constituirnos como actores políticos relevantes desde ahora. Esto se logra con trabajo de militancia, con formación práctica y teórica, con capacidad para debatir e independencia para expresar lo que pensamos y para movilizarnos. Asimismo, se consigue estrechando lazos de solidaridad con compañeros de causas tanto a nivel nacional como a nivel internacional, disputando seriamente los espacios en los que se toman las decisiones e incluso oponiéndonos a nuestros propios partidos cuando desde sus cúpulas se tomen medidas autoritarias e injustas. Si nuestros partidos políticos se desdibujan, tenemos que echar anclas a su izquierda, esto es, constituirnos colectivamente como su conciencia crítica.
Las generaciones de izquierda que nos antecedieron tuvieron grandes logros: por ejemplo, lograron salir de la proscripción para ser reconocidas como una fuerza democrática y años después asumir posiciones de gobierno. Pero tiene razón Muñoz Ledo cuando señala que pasamos de un régimen autoritario funcional, a uno pluriautoritario disfuncional; de un sistema de partido hegemónico, a otro hegemonizado por los partidos. En la partidocracia se expandió viralmente la cleptocracia. En este trayecto amplios sectores de la izquierda partidista se mimetizaron con muchos de los vicios priístas que antaño combatían. Así como la generación que nos antecede tuvo éxitos irrebatibles, también incurrió en graves errores y dejaron muchas asignaturas pendientes.
Hoy, que la corrupción se ha generalizado y las instituciones públicas pertenecen a un mundo alejado de la ciudadanía, la ética, una política con principios, y la democratización, tienen que ser las banderas de este relevo generacional. Urge, en palabras del jurista de la UNAM, John Ackerman, una radical renovación generacional y ética de la clase política nacional. Se trata de dar cabida a nuevos liderazgos juveniles combativos, propositivos, solidarios, éticos y trabajadores.
Es así como el desafío de esta generación ha de ser culminar el ciclo de transición a la democracia, recuperar la confianza de la ciudadanía a través de una nueva forma de pensar y de quehacer político, e instaurar por primera vez en la historia reciente de México un gobierno cuya base programática sea la justicia social.
Entrelíneas
Algunos lectores me podrán cuestionar, ¿por qué con todo el descrédito que cae sobre los partidos te enfocas en el relevo al interior de ellos y no optas, como muchos de nosotros, por otras alternativas como las que ofrece una sociedad civil cada vez más revitalizada? A ellos respondo, en principio, porque sostengo que la lucha que se da al interior de los partidos por democratizarlos, tiene que ser complementaria y apoyada por los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil. Es más, diría que incluso son componentes de un mismo objetivo. En segundo lugar, porque en política no existen los espacios vacíos. Si los ciudadanos honestos y con buenas intenciones no los ocupan, habrá quien sí lo haga. Y es que la política –y los partidos– son demasiado importantes como para dejárselos a los políticos de siempre. En tercer lugar, hay que señalar que aunque la democracia lejos está de agotarse en los partidos, éstos son elementos fundamentales para su funcionamiento. Pero en la actualidad se desarrolla en su interior una extraordinaria paradoja: como señala Gurutz Jáuregui, no puede generar democracia quien no vive y se comporta democráticamente. Así que va siendo hora de que la ciudadanía se apropie de los partidos para que sean un instrumento al servicio de las demandas que coexisten en las sociedades.