jueves, 29 de julio de 2010
Lápices por fusiles
A veces las sociedades disimulan o desvían la vista de problemas gravísimos que albergan en su seno. Caen en la complacencia y la simulación para decirse a sí mismas que las cosas van bien. Al negar o no reconocer la asignatura pendiente, se suministra una buena dosis de somníferos para la conciencia, con la reacción “secundaria” y adversa de que se transita en sentido contrario a su solución.
A todos nos debería indignar que en pleno siglo XXI en México no se ha podido erradicar uno de los fenómenos que mayor segregación y asimetrías provoca entre los individuos que conforman una sociedad: el analfabetismo. Incluso en el Distrito Federal viven alrededor de 160 mil personas que no saben leer y escribir. Estamos hablando de un problema anclado en la capital del país, una región de contrastes en donde la tecnología de punta se conjuga con la falta de oportunidades, las finanzas trasnacionales con la marginación, y la sociedad de la información con la deuda educativa. Estrechamente vinculado con la pobreza, la desigualdad y la exclusión, el analfabetismo suele arraigarse en sectores tales como mujeres mayores de 50 años y población indígena. Con ello se nutre y lubrica el círculo vicioso de la inequidad, garantizando la reproducción de la injusticia.
Recientemente el Jardín Hidalgo atestiguó el arranque de la campaña “Analfabetismo 0 en la capital”. Se trata de un esfuerzo que articula a la Secretaría de Educación del GDF con la UNAM y los gobiernos delegacionales y que, como su nombre lo indica, se ha puesto como objetivo sentar las bases para erradicar el analfabetismo en el Distrito Federal. Desde el momento que se lanzó la convocatoria para sumarse a las brigadas alfabetizadoras, los jóvenes, principalmente provenientes de prepas y universidades públicas, fueron los que más iniciativa e interés mostraron. Algunos de ellos ya pusieron el ejemplo al formar comités autogestivos. Han sido experiencias a lo sumo exitosas que deben replicarse. En efecto, lo mejor que podría sucederle a este programa es que la sociedad se lo apropiara e hiciera suya esta impostergable tarea. Que los vecinos pongan sus casas para las sesiones de estudio, que los chavos en la colonia difundan e inviten a otros a sumarse a esta campaña, que la banda encuentre formas originales de autoorganizarse, que se armen conciertos y eventos culturales para su promoción. Esto, aún en estado germinal, está sucediendo en Coyoacán.
Si bien nuestra delegación, con el 1.9 % (9269 personas) no presenta los índices más elevados de analfabetismo en la capital –como ocurre con delegaciones tales como Tlahuac, Milpa Alta e Iztapalapa que alcanzan hasta el 5% de analfabetismo entre sus habitantes– existen zonas que dada la concentración de población analfabeta comparten rasgos muy similares con los casos más apremiantes. En esta situación se encuentran las colonias Santo Domingo, Villa Quietud y el Barrio de San Francisco (Fuente: INEGI).
Desde luego el arranque será una fase complicada. Adversidades habrá y muchas: que faltan recursos, que hay desorganización, la insensibilidad, la desidia, entre otras tantas. Sin embargo, países con severos problemas económicos y estructurales como Venezuela, Cuba y Bolivia han logrado acabar con el analfabetismo. Con ello demostraron que pese a todo obstáculo nuestras aspiraciones son posibles, siempre y cuando pongamos por delante el esfuerzo, la organización y sobre todo, un profundo compromiso con esta causa. En pocas palabras, nuestros principales enemigos serán nuestra falta de imaginación y de voluntad.
En la mayor parte del territorio nacional se libra una absurda guerra cuyo principal insumo proviene de la falta de expectativas y oportunidades: los jóvenes se reclutan del bando de los sicarios o de los militares y son utilizados por sus mandos como carne de cañón. Mientras tanto, en el Distrito Federal se está gestando un ejército de alfabetizadores que ha optado por portar el lápiz en vez del fusil, y por abonar en el conocimiento y repudiar la violencia.
¡Súmate a las brigadas alfabetizadoras en Coyoacán! Para mayores informes marca al 56587060
jueves, 22 de julio de 2010
Día 88
Todo comenzó con la extinción de una empresa. Pero más que un trámite administrativo, fue un asalto tan sólo equiparable con las prácticas de los regímenes más despóticos. Luz y Fuerza del Centro desaparecería y con ella más de 40 mil plazas de trabajo. –Que pongan su changarro y acepten la indemnización, aconsejaba el gorila que hoy tenemos como secretario de Trabajo. Pero no contaba con la ejemplar dignidad de los trabajadores aglutinados en el Sindicato Mexicano de Electricistas. Resistir fue su imperativo ético. Y así, sin trabajo ni ingreso, andando a contracorriente en una sociedad a veces indiferente, abrumada con sus problemas cotidianos, y con un gobierno que enaltece la máxima salinista de “ni los veo ni los oigo”, continúa la lucha de los electricistas por la restitución de su trabajo. Es fundamental aclarar esto: no piden más, pero tampoco van a aceptar menos.
Luego vino la solicitud de amparo. A todas luces la extinción contravenía el espíritu de nuestra Constitución. Pero la Suprema Corte de Justicia decidió por unanimidad renunciar a sus funciones de garantizar la legalidad y prefirió ser un vasallo del Poder Ejecutivo.
Es así como el ingeniero Cayetano Cabrera cumple hoy 88 días en ayuno, situación que lo pone al filo de la muerte. Ni siquiera esta protesta extrema ha estremecido a Calderón y a los suyos. ¿Y qué decir sobre los grandes consorcios mediáticos? Para ellos esta huelga es inexistente. Discrepa mucho de la cobertura que ha merecido el ayuno del disidente del régimen cubano, Guillermo Fariñas. Él sí es un héroe, él sí es un mártir y víctima de un “gobierno autoritario”; Él sí merece primeras planas y reportajes especiales. Es ver la paja en el ojo ajeno y caer en la simulación y encubrimiento de nuestra realidad.
Pese a todo, el SME no va a desistir. Hoy su estrategia va encaminada a que se admita que si bien la empresa ya no existe, el servicio no desapareció, y por tanto, las plazas de trabajo tampoco. Hay un patrón sustituto obligado a garantizar la inserción y los derechos laborales de aquéllos que rechazaron la indemnización.
lunes, 12 de julio de 2010
El escritor de la congruencia
El escritor de la congruencia
Alejandro Encinas Nájera
“Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida y
porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga cenizas”
(Mario Benedetti, Canción Nueva)
I
“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”. En 1998 José Saramago pronunció estas palabras ante la academia sueca tras recibir el Premio Nobel de la Literatura. Se refería a su abuelo Jerónimo, el maestro de su vida, el que más intensamente le enseñó el duro oficio de vivir, el “pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver”. Fue por él que su nieto comenzó a escribir. Transformar personas de carne y hueso en personajes literarios -“con el lápiz siempre cambiante del recuerdo”- fue su modo de rastrear sus orígenes, de salvar del olvido a los muertos que le dieron vida y que lo hicieron el hombre que fue.
El pasado 18 de junio, a sus 87 años, el autor portugués murió en Lanzarote, isla en la que rodeado de un clima de familia y afecto, discurrió la última etapa de su vida. Justo en pleno agotamiento moral de un sistema que articula a personas y naciones a través del egoísmo, y que enaltece la acumulación como vía unívoca a la felicidad, se nos fue un autor prolífico de ideas, un defensor a ultranza de la dignidad humana.
II
Además de haber sido un novelista fuera de serie, Saramago fue, en el más amplio sentido de la palabra, un ciudadano. “Yo no puedo negar que tengo una responsabilidad, como ciudadano, como parte de una sociedad. ¿O acaso lo único que sirve es tener y tener cada vez más? Por favor, recuperemos esta idea de que hay que aprender a vivir juntos”.
Entrado en años, su espíritu combativo lejos de claudicar, se fortalecía. En 2003 se sumó a las protestas en contra de la invasión estadunidense a Irak, a esa incursión que calificó como un capricho belicista de “políticos a quienes les sobra en ambición lo que les va faltando en inteligencia y sensibilidad”. Y bajo el lema de “ellos quieren la guerra, pero nosotros no les vamos a dejar en paz”, veía que el emergente activismo transfronterizo se estaba volviendo la “mosca cojonera del poder”.
Saramago estaba convencido de que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Militante de la vida, era feliz solidarizándose con las mejores causas: “Es tiempo de meter mano a la más maravillosa y hermosa de todas las tareas: la incesante construcción de la paz. Pero que esa paz sea la paz de la dignidad y del respeto humano, no la paz de la sumisión y de la humillación (...) Ya es hora de que las razones de la fuerza dejen de prevalecer sobre la fuerza de la razón.”
III