jueves, 20 de mayo de 2010

La Montaña Roja

Alejandro Encinas Nájera

Situémonos un instante en este escenario: Inicio de la década de los 80s, en pleno corazón de la sierra guerrerense se encuentra uno de los rincones más olvidados del país: Alcozauca. La pobreza y marginación no son barreras para que sus habitantes estén concientes de que el orden prevaleciente no es producto del fatalismo: no hay razón para que la injusticia sea injusta, ni el hambre hambrienta. Un buen día deciden desafiar a la hegemonía del aparato, se organizan y masivamente se vuelcan a las urnas para llevar a un comunista a la alcaldía. Se trata de Abel Salazar, proveniente de una familia que sembró su vocación en la lucha popular. Este profesor rural forma parte de una generación de mujeres y hombres de izquierda que pese a las condiciones asimétricas y fraudulentas ofertadas por el régimen, tomaron la decisión de salir de la clandestinidad y optar por la senda democrática. El cambio de paradigma fue abrupto y a lo sumo cuestionado por otras corrientes de lucha: ya no sería el pueblo armado, sino el pueblo sufragante el sujeto predilecto de la transformación social.

El júbilo de aquellas jornadas pronto se vio empañado por el abrumador peso de la realidad. El gobierno del estado haría todo lo posible por impedir que ese foco rojo se esparciera y tiñera del mismo color al resto de la montaña guerrerense. La estrategia se centró en el boicot y el asilamiento. Cuando recibieron el edificio del ayuntamiento sin muebles ni escritorios, es más, sin bombillas, hecho un desierto, sabían a lo que se enfrentarían. Luego lo corroboraron cuando una comitiva bajó a Chilpancingo a recoger el primer cheque con una insignificante cantidad que no alcanzaba ni para el arranque. Dicen que la gente comenzó a implorar que los antecesores regresaran... pero todo lo que se habían robado. Fue contra viento y marea como se fue gestando una tarea aún inacabada: la autonomía municipal.

Desconozco si en aquel instante los 11 mil pobladores de Alcozauca tenían conocimiento de los alcances de estos acontecimientos. No sólo eligieron al primer presidente municipal comunista en la historia contemporánea de nuestro país, sino que demostraron que con organización popular, al oficialismo se le podía vencer en las urnas. En suma, sentaron un hito que no tardó en rebasar aquellas fronteras. En un corte histórico, 26 años después, en 2007, la izquierda gobernaba a más de 25 millones de mexicanos en seis entidades y en 405 municipios. Sin embargo, este espectacular crecimiento cuantitativo vino acompañado de una contraparte: la pérdida cualitativa. El desdibujamiento ideológico, el pragmatismo oportunista, el rumbo perdido, la desmemoria, el no saberse diferenciar claramente de las otras opciones políticas y la adopción de prácticas corporativistas y clientelares que antaño se combatían, son vicios recurrentemente presentes y que traicionan las causas que han llevado a la izquierda a asumir tareas de gobierno.

La última vez que Abel Salazar asistió a un encuentro con sus compañeros de militancia fue en Cuautla, Morelos pocos días antes de su muerte, acaecida el 29 de abril de 2010. Se vio a un hombre fatigado cuyo cuerpo octagenario había sido invadido por una enfermedad terminal que no le impidió tener la frente en alto e ir flanqueado de su fiel compañera, la dignidad. Cuentan los que estuvieron presentes que su sola entereza cimbró y desencadenó la reflexión: o hay ética en el quehacer político, o se deja de ser de izquierda.