martes, 15 de enero de 2013

Corrupción que rasca cielos



Alejandro Encinas Nájera

Desde hace tiempo tenía en el tintero un artículo que discurriera sobre uno los principales lastres para el desarrollo del país. Quería examinar cómo la corrupción se ha constituido como una funcional (des)ordenadora de la vida de nuestra sociedad, y en especial, analizar su incidencia en el crecimiento anárquico de nuestras ciudades, en el menosprecio del espacio público y en la depredación de los recursos naturales.

Mi interés en el tema se exacerbó tras enterarme que en la esquina de Río Churubusco y Universidad están construyendo lo que será el rascacielos más alto de América Latina. Mi primera pregunta –y seguramente la de muchos otros transeúntes– fue ¿a quién se le habrá ocurrido tal disparate? Se trata de una zona que ya de por sí está sobresaturada y que tiene problemas de abasto de agua, ambulantaje, recolección de basura y sobre todo de congestión vial, sean horas pico o no. Pero eso parece no importarle a sus desarrolladores y a las autoridades que expidieron las licencias requeridas. Su construcción implica millonarias inversiones y, por lo tanto, deduzco que millonarias ganancias. 

Mitikah, la Ciudad Viva, se inscribe en una tendencia de crecimiento urbano dizque vanguardista y cool, que consiste en deificar los ghettos para ricos. Será un rascacielos en medio de la jungla de concreto en el cual sus habitantes se sientan seguros, modernos, confiados de su éxito al saberse parte de un selecto grupo que puede acceder a ese tipo de vida en el que no se tiene que salir ni a la esquina. Cine, súper, hospital, centro de convenciones, spa, gimnasio, antro, shopping mall y hasta hotel estarán a unos cuantos pisos de distancia. Es más, no habrá necesidad de respirar el aire poluto de la ciudad, pues estos edificios “inteligentes” cuentan con un circuito cerrado en el que ni siquiera se puede abrir la ventana para orear la habitación en la mañana.

Este caso es emblemático para ilustrar un problema recurrente en el DF y el resto del país y que se resume en una palabra: corrupción. Difícilmente alguien podría desmentir que este fenómeno social se asoma cada vez que las ganancias  inmediatas de unos pocos traen como consecuencia afectaciones severas y permanentes para el resto de la sociedad. En este caso en particular, los beneficios económicos de los desarrolladores inmobiliarios (y de las autoridades cómplices), son la variable causal del deterioro en la calidad de vida de quienes habitan, trabajan o transitan en los alrededores de Mitikah.

Garret Hardin en 1968 ya lo había demostrado a través del famoso modelo de la tragedia de los comunes. Permítanme exponer en qué consiste este dilema, porque creo que representa también la tragedia de los mexicanos:

Imaginemos un pastizal cuyo uso es compartido por múltiples pastores para alimentar a su ganado. Al paso del tiempo los pastores observan que queda suficiente pasto no consumido como para alimentar aún a más animales y por lo tanto, maximizar sus utilidades individuales. Comienzan a hacerlo, pero llega el punto en que debido al incremento de ganado, el pastizal queda sobreexplotado, pues su capacidad para proveer suficiente alimento para tantos animales es sobrepasada. El desenlace es que todos los animales mueren.

La tragedia de los comunes demuestra que si todos actuáramos racionalmente para satisfacer nuestros intereses egoístas e inmediatos sin pensar a futuro y en términos comunitarios, esta conducta sería contraproducente y devastadora. Si lo que es de todos no es de nadie (espacios públicos y recursos naturales), y si no hay sentido de pertenencia y responsabilidad con los demás miembros de una sociedad, no es extraño que predominen las conductas gandayas. Así se vuelve norma que a falta de planeación urbana, la corrupción trace disfuncionalmente nuestras ciudades, se sobreexplote y dilapide la riqueza de nuestros mares y tierras y se entreguen permisos sin importar que depreden ecosistemas, dañen el patrimonio histórico, deterioren el espacio urbano o contaminen los ríos.

Mientras la corrupción fije las reglas de convivencia en nuestra sociedad, no será extraño que se sigan entregando permisos como el concedido para construir Mitikah, una mega obra en una zona de la Ciudad de México que claramente no podrá asimilar el súbito impacto. ¿Cuánto dinero, cuántos intereses no están en juego en esta construcción? ¿Recuerdan cuál fue el sector del mercado que hace un par de años a través de la especulación y la generación de burbujas e ilusiones vendidas a crédito condujo al mundo a una de las más severas crisis económicas de las que se tenga memoria?

Hay que agregar que el correlato de la corrupción es el cinismo. En el portal de Internet www.mitikah.com, se asegura que este inmueble sin duda “es la pieza clave como detonante del mejoramiento del sur de la Ciudad de México, donde se integra su arquitectura, convirtiéndose en uno de los edificios más importantes de la metrópoli”.

En México la corrupción se ha vuelto el aceite que lubrica el engranaje social. Es además  una cuestión de incentivos. Como señala Agustín Basave en Mexicanidad y esquizofrenia (Océano, 2010), mientras ser corrupto y violar la ley salga más barato que ser honesto y actuar bajo la norma, la corrupción seguirá siendo funcional y seguirá cumpliendo su papel de ordenadora de la sociedad en detrimento de un Estado de Derecho muchas veces invocado pero pocas veces aplicado. La asignatura pendiente es crear las condiciones objetivas para hacer inconveniente y contraproducente el acto ilícito.

                                                    

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