martes, 15 de enero de 2013

Día 1: El PRI está de regreso



Alejandro Encinas Nájera

Los augurios no estaban equivocados. El PRI está de regreso. Ha quedado claro desde el día 1 del nuevo gobierno. Adentro, en Palacio Nacional, el establishment se vanagloriaba. Autocomplaciente, aplaudía desenfrenadamente, deteniendo así el curso de oraciones y lugares comunes que aparecían en el teleprompter desde el que Peña Nieto leía su discurso.

Adentro, en el Palacio de San Lázaro, el PRI fue el partido que tomó la tribuna para arropar al ungido en una ceremonia que a lo mucho duró cinco minutos. Se dejó sentir eso que nuestros antepasados solían llamar la aplanadora priísta. El besamanos, la pleitesía, los aplausos ensordecedores, el desdén del partido mayoritario a las posturas de la oposición, fueron opacados por una manifestación poco común en nuestro sistema político, pero muy recurrente en algunos de los regímenes más autoritarios del siglo pasado. La bancada legislativa del PRI iba uniformada y actuaba como una sola persona. Para identificarse, las mujeres portaban largos rebozos rojos y los hombres vestían corbatas del mismo color. Quien pretende concentrar poder, sabe que uniformar es disolver al individuo en una multitud, desaparecer el libre pensamiento en una totalidad, hacer de la persona un simple engranaje de una maquinaria que sigue instrucciones de manera acrítica. Eso fue lo que se hizo al interior de una cámara de representación popular.

Adentro se proclamaba estabilidad, crecimiento macroeconómico, prosperidad, normalidad democrática. El ceremonial de transferencia de poder político se ponía en marcha. Mientras tanto, en las calles las cosas desentonaban. Si acaso había algo que desde el cielo pudiera confundirse con un desfile festivo, era el tumulto de granaderos que custodiaban a quien ese día tomó protesta. Adentro el descontento popular no se veía ni se oía porque había altos muros que separaban a los palacios del resto del país.

Afuera ocurría justo lo contrario a lo proclamado adentro. Porros y vándalos tenían la tarea de infiltrarse en una protesta pacífica y apartidista y con ello justificar la criminalización de quienes disienten del régimen. Violencia y represión alcanzaron un nivel y brutalidad que desde hace décadas la Ciudad de México no atestiguaba. Detenidos por decenas, violaciones flagrantes a derechos humanos y activistas que por ejercer sus derechos cívicos fueron llevados a prisión, son hechos documentados en videos que actualmente circulan en las redes sociales. Las escenas se difuminan entre el uso excesivo de gas lacrimógeno, pero eso no borra los macanazos, las balas de goma y las personas gravemente heridas. 

El PRI está de vuelta y para hacerlo notar orquestó una estrategia que se remonta a días previos a la toma de protesta. Comienza con el  anuncio del nuevo gabinete, un híbrido digno de denominarse la tecnocracia del nacionalismo revolucionario neoliberal. Continuidad, cooptación, negocios y representación de los factores reales de poder dentro del PRI, son los elementos clave para comprender la conformación del nuevo gabinete.
Su rostro autoritario también relució en los días previos a través de la iniciativa para reformar la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal. Su objetivo es concentrar y entremezclar en una súper-secretaría los temas políticos y de seguridad. Desde ahí, un personaje emanado del aparato partidista será el hombre fuerte del sexenio, probablemente reduciendo al titular del Ejecutivo a una figura decorativa ideal para tiempos electorales, pero prescindible para gobernar.

Así llegamos al día 1, día que el PRI aprovechó para anunciar a base de macanazos lo que le espera a quien se atreva a protestar en contra del gobierno durante los próximos seis años. El PRI pretende repartir el bien en ligeras y periódicas dosis a través de programas de asistencialismo social, y el mal de manera contundente. Por eso no tuvo reparos en consentir la represión de las protestas desde las primeras horas de su retorno. Ésa es su impronta y el precio que está dispuesto a pagar con tal de permanecer en el poder. 

La cereza en el pastel fue la firma del Pacto por México con representación exclusiva de cúpulas partidistas que ni siquiera tuvieron la ligera curiosidad de consultar con sus bases qué opinaban acerca de éste. Fue así como la partidocracia mostró su arrogancia y que se toma muy en serio. Asumiéndose portavoces de la nación, actúan con la ilusión de que pueden denominar Pacto Nacional a un documento que se redactó en cuartos cerrados y a espaldas de la ciudadanía.

Es evidente que los firmantes desestiman la importancia del concurso de la sociedad civil y del mercado para generar condiciones de gobernabilidad, postura opuesta a pactos más representativos y con relativo éxito como los de la Moncloa, los cuales permitieron sentar las bases democráticas en la España posfranquista. Y lo que es peor, ustedes disculparán que sea el aguafiestas de la supuesta modernidad conciliadora, con su firma, ciertos personajes que dicen representar a la izquierda (moderna) pusieron la mesa para el festín de arribo de Peña Nieto. La pregunta es ¿a cambio de qué?, puesto que en el ámbito público no hay beneficios palpables y sí en cambio un enorme descrédito. 

Vienen años difíciles para el país. El PRI está de regreso. Ha quedado claro desde el día 1 del nuevo gobierno.

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