Alejandro Encinas Nájera
Los augurios no estaban equivocados. El PRI está de
regreso. Ha quedado claro desde el día 1 del nuevo gobierno. Adentro, en
Palacio Nacional, el establishment se
vanagloriaba. Autocomplaciente, aplaudía desenfrenadamente, deteniendo así el
curso de oraciones y lugares comunes que aparecían en el teleprompter desde el que
Peña Nieto leía su discurso.
Adentro, en el Palacio de San Lázaro, el PRI fue el
partido que tomó la tribuna para arropar al ungido en una ceremonia que a lo
mucho duró cinco minutos. Se dejó sentir eso que nuestros antepasados solían
llamar la aplanadora priísta. El besamanos, la pleitesía, los aplausos
ensordecedores, el desdén del partido mayoritario a las posturas de la
oposición, fueron opacados por una manifestación poco común en nuestro sistema
político, pero muy recurrente en algunos de los regímenes más autoritarios del
siglo pasado. La bancada legislativa del PRI iba uniformada y actuaba como una
sola persona. Para identificarse, las mujeres portaban largos rebozos rojos y
los hombres vestían corbatas del mismo color. Quien pretende concentrar poder,
sabe que uniformar es disolver al individuo en una multitud, desaparecer el
libre pensamiento en una totalidad, hacer de la persona un simple engranaje de
una maquinaria que sigue instrucciones de manera acrítica. Eso fue lo que se
hizo al interior de una cámara de representación popular.
Adentro se proclamaba estabilidad, crecimiento
macroeconómico, prosperidad, normalidad democrática. El ceremonial de
transferencia de poder político se ponía en marcha. Mientras tanto, en las
calles las cosas desentonaban. Si acaso había algo que desde el cielo pudiera
confundirse con un desfile festivo, era el tumulto de granaderos que custodiaban
a quien ese día tomó protesta. Adentro el descontento popular no se veía ni se
oía porque había altos muros que separaban a los palacios del resto del país.
Afuera ocurría justo lo contrario a lo proclamado
adentro. Porros y vándalos tenían la tarea de infiltrarse en una protesta
pacífica y apartidista y con ello justificar la criminalización de quienes
disienten del régimen. Violencia y represión alcanzaron un nivel y brutalidad
que desde hace décadas la Ciudad de México no atestiguaba. Detenidos por
decenas, violaciones flagrantes a derechos humanos y activistas que por ejercer
sus derechos cívicos fueron llevados a prisión, son hechos documentados en
videos que actualmente circulan en las redes sociales. Las escenas se difuminan
entre el uso excesivo de gas lacrimógeno, pero eso no borra los macanazos, las
balas de goma y las personas gravemente heridas.
El PRI está de vuelta y para hacerlo notar orquestó
una estrategia que se remonta a días previos a la toma de protesta. Comienza
con el anuncio del nuevo gabinete, un
híbrido digno de denominarse la tecnocracia del nacionalismo revolucionario
neoliberal. Continuidad, cooptación, negocios y representación de los factores
reales de poder dentro del PRI, son los elementos clave para comprender la
conformación del nuevo gabinete.
Su rostro autoritario también relució en los días
previos a través de la iniciativa para reformar la Ley Orgánica de la
Administración Pública Federal. Su objetivo es concentrar y entremezclar en una
súper-secretaría los temas políticos y de seguridad. Desde ahí, un personaje
emanado del aparato partidista será el hombre fuerte del sexenio, probablemente
reduciendo al titular del Ejecutivo a una figura decorativa ideal para tiempos
electorales, pero prescindible para gobernar.
Así llegamos al día 1, día que el PRI aprovechó
para anunciar a base de macanazos lo que le espera a quien se atreva a
protestar en contra del gobierno durante los próximos seis años. El PRI
pretende repartir el bien en ligeras y periódicas dosis a través de programas
de asistencialismo social, y el mal de manera contundente. Por eso no tuvo
reparos en consentir la represión de las protestas desde las primeras horas de
su retorno. Ésa es su impronta y el precio que está dispuesto a pagar con tal
de permanecer en el poder.
La cereza en el pastel fue la firma del Pacto por
México con representación exclusiva de cúpulas partidistas que ni siquiera
tuvieron la ligera curiosidad de consultar con sus bases qué opinaban acerca de
éste. Fue así como la partidocracia mostró su arrogancia y que se toma muy en
serio. Asumiéndose portavoces de la nación, actúan con la ilusión de que pueden
denominar Pacto Nacional a un documento que se redactó en cuartos cerrados y a
espaldas de la ciudadanía.
Es evidente que los firmantes desestiman la
importancia del concurso de la sociedad civil y del mercado para generar
condiciones de gobernabilidad, postura opuesta a pactos más representativos y
con relativo éxito como los de la Moncloa, los cuales permitieron sentar las
bases democráticas en la España posfranquista. Y lo que es peor, ustedes
disculparán que sea el aguafiestas de la supuesta modernidad conciliadora, con
su firma, ciertos personajes que dicen representar a la izquierda (moderna) pusieron
la mesa para el festín de arribo de Peña Nieto. La pregunta es ¿a cambio de
qué?, puesto que en el ámbito público no hay beneficios palpables y sí en
cambio un enorme descrédito.
Vienen años difíciles para el país. El PRI está de
regreso. Ha quedado claro desde el día 1 del nuevo gobierno.
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