lunes, 9 de mayo de 2011

A un año, un balance

¡Compra pastillas y adelgaza en quince días o NO te devolvemos tu dinero! ¡Vamos ganándole al crimen organizado! ¡Las telenovelas de Thalía son formativas! ¿Para qué manda a sus hijos a estudiar a la escuela? ¡Permita que la tele los eduque mientras usted y su familia viven de sobra con 6 mil pesos al mes! Entre tanto ruido ensordecedor, la confusión es natural: ya no se sabe si lo que se anuncia es un candidato o un modelo que promueve un producto fijador para el cabello altamente tóxico y próximo a caducar.

Por eso, la creación de un espacio de libre expresión para periodistas, poetas, escritores, analistas y voces ciudadanas, es un motivo de festejo. Pero lo es más su primer cumpleaños. Muchos proyectos comunicativos se quedan en el camino, devorados por el monstruo bicéfalo de la televisión, siempre receloso en la defensa de sus dominios. Otros, simplemente chafean, o dicho de modo ortodoxo, claudican de sus orígenes para rendirse ante el favor de los patrocinadores, o bien, para estar en condiciones de concursar por una concesión con el favor del compadre en el gobierno. En un país secuestrado por la violencia, con la libertad de expresión en vilo y con el poder mediático concentrado en pocas manos, fundar y hacer subsistir una fuente informativa crítica e inteligente se antoja irrealizable. Y sin embargo, las hay. Son muchísimos los mexicanos luchando diariamente en condiciones asimétricas por la democratización de la información y de los medios de comunicación. Hace un año nació Contraseña con la determinación de sumarse a este esfuerzo colectivo.

Además de motivos de festejos, los aniversarios son ocasiones inmejorables para reflexionar. En el año que esta revista lleva de vida, en México y en el resto del mundo, en lo que respecta a la libertad de expresión, derecho a la información y labor periodística, ha ocurrido una serie de sucesos que merecen hacer un alto en el camino.

En el plano nacional, el panorama se pinta de claroscuros. La absurda y deplorable guerra de Calderón, cuyo saldo supera las 40 mil personas asesinadas, lesiona gravemente las garantías para ejercer el oficio del periodismo. En buena parte del territorio nacional, ante la violencia, la impunidad y la incapacidad del Estado, los periodistas no tienen más remedio que ejercer la autocensura. De acuerdo con un reporte publicado en septiembre de 2010 por el Comité para la Protección a Periodistas (disponible en www.cpj.org), desde que Felipe Calderón tomó posesión de su cargo, 22 periodistas habían sido asesinados y muchos otros atacados, secuestrados o forzados al exilio. El reporte agrega que durante los últimos 10 años, 90% de los crímenes en contra de periodistas han quedado impunes. En este silencio desolador, un poeta acaba de alzar la voz, que no es sólo la suya sino la de muchos otros: “Quiero decir que todos los jóvenes corrompidos o muertos en esta guerra, y que sólo son manejados por el gobierno como estadísticas, se llaman desde ahora para mí: Juan Francisco Sicilia. Todos son nuestros hijos." La de Javier Sicilia es una invitación a no quedarnos callados, a exigirle al gobierno federal el viraje de su fracasada estrategia, la instauración del Estado de Derecho y la devolución a los periodistas de la tinta de su pluma.

Esta autocensura es complementada por la censura clásica, tan descarada como siempre, sólo que ahora cubierta por la envoltura de la simulación democrática. El despido de Carmen Aristegui de MVS Radio, provocado por supuestas violaciones al código de ética de la empresa al haber solicitado una respuesta por parte del Ejecutivo sobre el presunto alcoholismo de su titular, es el indicador más contundente de la precariedad en la que nos encontramos. Pudo más un “berrinche presidencial” que la letra escrita de nuestra Constitución. Este episodio evidenció que en los medios electrónicos de comunicación hay libertad de expresión sólo si se cumple con dos requisitos: 1)tener quien te la patrocine, y; 2) no estar en la lista negra del “señor presidente”. El debate que detonó esta decisión se centró en la figura de esta valiente periodista. Sin embargo, su despido era solamente la punta del iceberg y el rostro más visible de una política del régimen que pretende uniformar a su imagen y semejanza todas las voces en los medios. Para el gobierno la disidencia es tolerable para mantener las apariencias y obtener las certificaciones democráticas, pero sólo en pequeñas dosis. La persecución y el hostigamiento de los que son víctimas las radios comunitarias y los medios alternativos, por una parte, y la decisión de no abrir el espectro televisivo a nuevos competidores, por otra parte, lo constatan.

Pero no todas son malas noticias…

Ante la presión del gobierno para que MVS despidiera a Aristegui, muchos ciudadanos se organizaron: marcharon, asistieron a manifestaciones públicas, elaboraron consignas creativas, tuitearon y firmaron peticiones. Además, los radioescuchas dejaron de sintonizar la estación, lo cual se tradujo en un golpe directo al talón de Aquiles de la empresa: su prestigio y su bolsillo. El resultado: a los pocos días Carmen regresó al espacio noticioso que conduce por las mañanas. Este episodio desmiente las posturas cínicas que invitan a la apatía al asegurar que de nada sirve protestar porque por más que se intente las cosas no van a cambiar. Lo cierto es que cuando la sociedad civil se moviliza y expresa su indignación masivamente, no hay arbitrariedad gubernamental que prospere.

En una magnitud mucho mayor y cuyos alcances históricos aún no se pueden divisar, la Revolución del Jazmín en Túnez y la Revolución de los jóvenes en Egipto, asestaron golpes fatales a sus regímenes autocráticos. La puerta a una transición democrática quedó entreabierta. En esta oleada rebelde, las tecnologías de comunicación jugaron un papel fundamental, pues dieron muestra de cómo cada vez es más difícil para los gobiernos y los grandes consorcios mediáticos fijar la agenda política, dosificar la información y decidir acerca de lo que pueden y de lo que no pueden enterarse los ciudadanos. La maravilla de Internet es que permite el intercambio de cientos de miles de mensajes por segundo, entre millones de usuarios, sin un centro capaz de controlar dicho flujo. Por medio de las redes sociales, los jóvenes insurrectos convocaron a sus connacionales a asistir a las concentraciones, anunciaron al mundo entero sus causas y se ganaron el apoyo de ciudadanos de países remotos. Pero a su vez, fueron conscientes de las limitaciones del ciberactivismo, y de que un click en el mouse lejos está de sustituir la protesta cara a cara en la plaza pública.

Y si estas luchas dejaron al descubierto la vulnerabilidad de los gobiernos ilegítimos cuando se enfrentan a resistencias fuertes, la explosión de la bomba Wikileaks, la cual contenía más de 250 mil cables confidenciales de la diplomacia estadunidense, los dejó avergonzados y en paños menores. Al darle una auténtica resignificación al derecho ciudadano a la información, este proyecto transformó la política de manera irreversible. Como señala Milagros Pérez Oliva, a partir de Wikileaks, todos los poderosos saben que todo lo que hagan o digan puede un día ser del dominio público. Para Javier Moreno, director de el País (periódico que colaboró en la difusión de estos cables), esta filtración revela como nunca antes hasta qué grado las clases políticas en las democracias avanzadas de Occidente han estado engañando a sus ciudadanos. En contraparte, también constituye una enseñanza sobre los riesgos que corre un periodista cuando descubre una realidad cuya secrecía se justifica por la tantas veces invocada “razón de Estado”. Actualmente Julian Assange, la cara más visible del proyecto Wikileaks, se encuentra en el Reino Unido bajo libertad condicional forzado a utilizar un brazalete que lo hace localizable las 24 horas del día. Víctima de vulgares difamaciones y vituperios por parte de diversos gobiernos ansiosos de su extradición, nos alerta sobre el rostro ambivalente de las nuevas tecnologías de comunicación: “Si bien Internet de alguna manera nos ha dado la oportunidad de saber a un nivel sin precedentes lo que el gobierno está haciendo, y nos permite establecer lazos de cooperación para llamar a cuentas a gobiernos y corporaciones represivas, también es la maquinaria de espionaje más grande que el mundo ha conocido.”

Punto y aparte

Gandhi alguna vez escribió que “la verdadera libertad no vendrá de la toma de poder por parte de algunos, sino del poder que todos tendrán algún día de oponerse a los abusos de la autoridad. La libertad personal llegará inculcando a las multitudes la convicción de que tienen la posibilidad de controlar el ejericicio de la autoridad y hacerse respetar”. Décadas después, el escritor Ernesto Sabato complementó esta idea afirmando que “ésta es una gran tarea para quienes trabajan en la radio, en la televisión o escriben en los diarios; una verdadera gesta que puede llevarse a cabo si es auténtico el dolor que sentimos por el sufrimiento de los demás”. En los últimos doce meses hemos constatado los peligros y oportunidades que se avecinan en la lucha por la democratización de la información y en la defensa del periodismo crítico e independiente.

Vivimos en una aldea global en la que las telecomunicaciones permiten que nos enteremos de lo que ocurre en el lugar más lejano de manera prácticamente inmediata. Es una época en la que las distancias se acortan dramáticamente. Por eso resulta irónico que al mismo tiempo se observe por todas partes el auge de los medios de comunicación local. Y es que las personas no sólo están interesadas en enterarse de la quiebra de la economía portuguesa o la crisis nuclear de Japón, sino también de lo que acontece en frente de su casa, en aquel lugar que los vio nacer y crecer, que forjó su identidad y autoestima como colectividad. Y en esa materia, Coyoacán tiene mucho que ofrecer y Contraseña otro tanto que narrar.