Alejandro Encinas Nájera
Al menos desde que Jacques Bénigne Bossuet, preceptor del rey francés Luis XV y defensor de la teoría del origen divino del poder para legitimar el absolutismo, declarara que la política es un acto de equilibrio entre aquellos que quieren entrar y aquellos que no quieren salir, se han generado muchos malentendidos en torno al concepto del relevo generacional. Algunos piensan que consiste en llevar a cabo la máxima del agandalle “quítate tú para ponerme yo”. Otros, un tanto más parcos, simplemente sostienen que es producto del inevitable curso de la vida. Así, la idea pierde toda su fuerza transformadora. El desafío lanzado por estas posturas cínicas o pesimistas es responder, ¿qué alternativas ofrece un auténtico relevo generacional? Anticipo que la pregunta incumbe únicamente a la izquierda, pues un joven conservador no sólo es una paradoja andante, sino también un agente que reproduce el orden existente.
El panorama actual es desalentador. México ha naufragado en los mares de la corrupción y la impunidad. Mientras el Estado sirve exclusivamente a una minoría cada vez más reducida, la inmensa mayoría de los mexicanos se encuentra en la miseria, la exclusión y el olvido. Los gobiernos neoliberales –que no dejan de ser autoritarios–, han hecho uso del poder en el peor de sus sentidos. Para ellos, la política no es capacidad para transformar, servir, producir, tejer comunidad; es meramente poder para controlar, subordinar y despojar.
Sería ingenuo pensar que la vía para salir del atolladero en el que nos encontramos y revertir el desmoronamiento de la vida pública de nuestro país, pueda provenir de aquéllos que precisamente han sido los responsables de que nos encontremos en la actual situación. Lo que el país requiere es una renovación tajante del modo de hacer y de pensar la política, la cual, por los motivos señalados, sólo puede provenir de la izquierda. Sin embargo, aún en las izquierdas hay resistencias al cambio e inercias que combatir. Por ello sostengo que el potencial renovador de la izquierda se incuba principalmente en las generaciones emergentes, al menos por cuatro factores que constituyen lo que aquí denomino el bono generacional:
El primero es que a diferencia de las generaciones que nos antecedieron, la nuestra nació una vez arrancada la aún inacabada transición de un régimen autoritario a uno democrático, con lo cual nos hemos formado y socializado con los valores e ideales de la democracia, tales como la autonomía personal, la autoexpresión y la tolerancia. Tales valores emancipadores dan prioridad a la libertad sobre la disciplina colectiva, a la diversidad humana sobre la conformidad de grupo y a la autonomía cívica sobre la tutela del Estado (Ver Inglehart y Welzel: 2006).
En segundo lugar, las nuevas generaciones cuentan con mayor preparación académica e información que las generaciones previas, pero al mismo tiempo tienen menos oportunidades de conseguir un trabajo acorde a su nivel de preparación. Como sostiene Lorenzo Meyer, “nada tiene de extraño que sean esos jóvenes los más indignados y los más disponibles para la protesta (y la transformación) pues combinan preparación con desocupación”.
En tercer lugar, para insertarse en un mundo que organiza su globalización a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación –las cuales también han modificado determinantemente las formas de interacción política–, es indispensable contar con acceso y capacitación en su manejo. Nuestra generación concentra las habilidades y aptitudes que la sociedad del conocimiento requiere. Pese a que aún es muy amplia la brecha digital, existe una tendencia a que se vaya acortando entre las juventudes, y sobre todo entre las generaciones que nos sucederán.
Por último, frente a los principios que han entrado en un periodo de agotamiento crítico como la jerarquía, disciplina, deferencia y sumisión, los cuales organizan hoy la relación representantes-representados incluso en las democracias más consolidadas, las nuevas generaciones han dado muestras de organización a través de principios democráticos, descentralizados, horizontales, solidarios, plurales e incluyentes, propios de las sociedades-red del Siglo XXI. Los cambios culturales de las últimas décadas han producido a su vez una ciudadanía crítica y escéptica, la cual fomenta la rendición de cuentas por parte de los gobernantes y la instauración de una auténtica democracia que no se limite a la fachada.
Como queda constatado con los cuatro factores que conforman el bono generacional, el relevo de la izquierda partidista implica una profunda ruptura con las formas con las que hasta ahora se ha venido haciendo política. Se trata del arribo de un pensar y quehacer político distinto, actualizado a las nuevas realidades y desafíos. Ser joven por sí sólo no es un mérito, también hay que pensar como joven. Por eso el relevo generacional al que me refiero no incluye a los jóvenes seniles, pero sí a los viejos-jóvenes que aún resisten y de los que tenemos mucho que aprender. Debido a que uno empieza a envejecer cuando deja de luchar, Stephane Hessel, autor de Indignaos, de noventa y tantos años de edad, indiscutiblemente forma parte de este relevo. En el mismo sentido, no sólo sería una salvajada, sino también una desmemoria pedir que figuras con décadas de lucha, como por ejemplo doña Rosario Ibrarra, fueran desplazadas en aras del relevo generacional. Quien piense así, no ha entendido de qué se trata esto. El relevo ha de retomar y aprender de lo mejor de las tradiciones de luchas de la izquierda. El conflicto, evidentemente, no es con los luchadores sociales de toda la vida ni con los militantes o dirigentes honestos y con principios. Con ellos, se tienen que tejer puentes de solidaridad intergeneracional. La disputa es con quienes tienen conculcados para satisfacer sus intereses personales los aparatos partidistas e impiden a toda costa el arribo de nuevos proyectos.
El relevo generacional consiste en que los jóvenes hagamos efectivo nuestro protagonismo en el presente, compartiendo influencia en la toma de decisiones públicas con las generaciones que nos preceden. Y es que aunque en la actualidad representamos una tercera parte de la población del país, nuestras voces y reivindicaciones no están siendo escuchadas. Para enmendar lo anterior, debemos instaurar acuerdos intergeneracionales en los que prevalezca la justicia y la solidaridad a través del diálogo en condiciones simétricas. También se deben desechar prejuicios “adultocéntricos” que relegan mañosamente a las juventudes porque “les falta experiencia”, “no están preparadas” o porque “todavía tienen que aprender de sus mayores”. Lamentablemente estas ideas tienen arraigo hoy en día en los partidos de la izquierda mexicana. Una y otra vez los dirigentes partidistas le han propinado a sus juventudes la misma receta: 100 gramos de obediencia, 50 gramos de disciplina, revolver con diligencia, calentar durante 20 años en los hornos del aparato y con las sales de la suerte obtendrás tu recompensa. Manteniendo a fuego lento tal expectativa, han logrado que muchos jóvenes posterguen indefinidamente cualquier atisbo de rebeldía.
Como consecuencia, es preocupante que la política convencional esté siendo adoptada por muchos jóvenes, con lo cual en vez de abrir nuevas vías de participación política y experiencias participativas autónomas, contribuyen a que se reproduzcan las existentes. Como generación debemos optar por un camino más difícil, terco a veces, que exige convicciones y perseverancia y que, en tanto desafía órdenes establecidos, generará animadversiones y recelos: tenemos que constituirnos como actores políticos relevantes desde ahora. Esto se logra con trabajo de militancia, con formación práctica y teórica, con capacidad para debatir e independencia para expresar lo que pensamos y para movilizarnos. Asimismo, se consigue estrechando lazos de solidaridad con compañeros de causas tanto a nivel nacional como a nivel internacional, disputando seriamente los espacios en los que se toman las decisiones e incluso oponiéndonos a nuestros propios partidos cuando desde sus cúpulas se tomen medidas autoritarias e injustas. Si nuestros partidos políticos se desdibujan, tenemos que echar anclas a su izquierda, esto es, constituirnos colectivamente como su conciencia crítica.
Las generaciones de izquierda que nos antecedieron tuvieron grandes logros: por ejemplo, lograron salir de la proscripción para ser reconocidas como una fuerza democrática y años después asumir posiciones de gobierno. Pero tiene razón Muñoz Ledo cuando señala que pasamos de un régimen autoritario funcional, a uno pluriautoritario disfuncional; de un sistema de partido hegemónico, a otro hegemonizado por los partidos. En la partidocracia se expandió viralmente la cleptocracia. En este trayecto amplios sectores de la izquierda partidista se mimetizaron con muchos de los vicios priístas que antaño combatían. Así como la generación que nos antecede tuvo éxitos irrebatibles, también incurrió en graves errores y dejaron muchas asignaturas pendientes.
Hoy, que la corrupción se ha generalizado y las instituciones públicas pertenecen a un mundo alejado de la ciudadanía, la ética, una política con principios, y la democratización, tienen que ser las banderas de este relevo generacional. Urge, en palabras del jurista de la UNAM, John Ackerman, una radical renovación generacional y ética de la clase política nacional. Se trata de dar cabida a nuevos liderazgos juveniles combativos, propositivos, solidarios, éticos y trabajadores.
Es así como el desafío de esta generación ha de ser culminar el ciclo de transición a la democracia, recuperar la confianza de la ciudadanía a través de una nueva forma de pensar y de quehacer político, e instaurar por primera vez en la historia reciente de México un gobierno cuya base programática sea la justicia social.
Entrelíneas
Algunos lectores me podrán cuestionar, ¿por qué con todo el descrédito que cae sobre los partidos te enfocas en el relevo al interior de ellos y no optas, como muchos de nosotros, por otras alternativas como las que ofrece una sociedad civil cada vez más revitalizada? A ellos respondo, en principio, porque sostengo que la lucha que se da al interior de los partidos por democratizarlos, tiene que ser complementaria y apoyada por los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil. Es más, diría que incluso son componentes de un mismo objetivo. En segundo lugar, porque en política no existen los espacios vacíos. Si los ciudadanos honestos y con buenas intenciones no los ocupan, habrá quien sí lo haga. Y es que la política –y los partidos– son demasiado importantes como para dejárselos a los políticos de siempre. En tercer lugar, hay que señalar que aunque la democracia lejos está de agotarse en los partidos, éstos son elementos fundamentales para su funcionamiento. Pero en la actualidad se desarrolla en su interior una extraordinaria paradoja: como señala Gurutz Jáuregui, no puede generar democracia quien no vive y se comporta democráticamente. Así que va siendo hora de que la ciudadanía se apropie de los partidos para que sean un instrumento al servicio de las demandas que coexisten en las sociedades.
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