miércoles, 25 de abril de 2012

¡A debatir!

Alejandro Encinas Nájera La democracia es la institucionalización del conflicto por vías civilizadas. Es por esta razón que el debate es consustancial a este sistema. El silencio, la falta de información y el temor al disenso, son características propias de regímenes autoritarios. Sólo a través del contraste, confrontación y cuestionamiento de ideas entre contrarios, es como el electorado tiene la posibilidad de tomar una decisión informada. Por eso es insólito que en nuestro país sea tan complicado realizar un debate. Los punteros suelen rehusarse argumentando que serían el centro de los ataques. Sorprendentemente dejar tribunas vacías, espacios sin habla y debates sin controversia, representa un elevado costo que muchos están dispuestos a pagar. Así lo hizo Andrés Manuel López Obrador hace seis años cuando iba en primer lugar en las encuestas. Ahora ha aprendido del error cometido en el pasado y no sólo está dispuesto a debatir, sino que ha propuesto que el tiempo destinado a los spots sea reemplazado por espacios para debatir, uno por uno, los temas que acaparan la agenda pública. Tal propuesta, de haberse tomado en cuenta, hubiera elevado drásticamente la calidad de nuestras elecciones. Pero evidentemente esta iniciativa no fue del gusto de Peña Nieto. ¿Y qué decir de Josefina Vázquez Mota? Como es bien sabido, ante la invitación de la periodista Carmen Aristegui a asistir al debate que está organizando en su noticiero matutino, la candidata panista condicionó su afirmativa a que Peña Nieto estuviera presente. Llama la atención que con esta decisión se ha supeditado a la estrategia de una campaña ajena. Además, al reducir por completo la presión a Peña Nieto, le hace tremendo favor. Rechazar el debate es subestimar la inteligencia del electorado. Es pensar que con spots y jingles pegajosos se puede ganar una elección. Frente a esta actitud, muchos ciudadanos en Twitter manifestaron a lo largo de estos días un planteamiento contundente: quien le tiene miedo al debate es porque carece de ideas. Una cuestión sustantiva para las elecciones presidenciales en México es lograr que los debates dejen de ser aburridos y acartonados. Pareciera que los candidatos simplemente se reúnen en el mismo lugar para que cada quien por su lado presente una cápsula de dos minutos con sus propuestas, como ocurrió en los debates de las elecciones de 2006 (http://youtu.be/B27nksAYW-o). Esta compilación de monólogos es lo que tiene que evitarse a toda costa. Abundan ejemplos a nivel internacional sobre formatos de debate que fomentan el intercambio de puntos de vista, una discusión a fondo y que permiten que salgan a relucir los flancos vulnerables de cada uno de los contendientes. Es el caso del debate entre Sarkozy y Royal del año 2007 (ver: http://youtu.be/NKXDq1PeM4A). Ahí cada uno de los participantes tiene una determinada cantidad de tiempo –cronometrado a la vista de todos– para exponer sus planteamientos como mejor le convenga. Se permiten interrupciones y discusiones, mientras que los moderadores se limitan a encauzar los temas. Incluso en Estados Unidos, un país en el que el espectáculo ha reemplazado a la tribuna, los debates son mucho más frescos y rigurosos. Hasta en la cuna del marketing político y las campañas negras, es impensable que los candidatos se nieguen a debatir. Las desbordadas expectativas que levantó Obama no podrían entenderse sin sus dotes retóricos y su habilidad para salir airoso de los cuestionamientos de sus adversarios. Para muestra, basta revisar el debate en las internas demócratas entre Obama y Clinton (http://youtu.be/opNmTcTwFp0). Como puede observarse, incluso entre compañeros de partido es bien visto que existan diferencias, y no temen debatir en presencia de un vasto auditorio. La baja calidad de los debates en México y la indisposición de los candidatos a someterse a esta prueba vital, refleja el estado raquítico en el que se encuentra nuestra democracia. Porque el desconocimiento, los prejuicios y la desinformación sólo pueden remediarse con información, es fundamental que la ciudadanía exija la realización de tantos debates como temas haya que abordar en la agenda pública.

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