lunes, 9 de abril de 2012

A de Acarreo


Alejandro Encinas Nájera

“Nomás venimos a perder el tiempo y traemos a los

niños con hambre y con sed aquí. ¡Imagínate!

Y nos traen desde temprano. Eso no se vale.”

Asistente a un mitin de campaña de Eruviel Ávila

Nuestra transición a la democracia se encuentra estancada en un área gris en donde las nuevas instituciones coexisten con las viejos usos y costumbres del poder. Lo nuevo aún no nace plenamente, mientras que lo viejo se resiste a morir. En varios aspectos, nuestra transición colinda con el gatopardismo: cambiar todo para que todo siga igual. En efecto, alguna vez el PAN fue oposición minoritaria pero auténtica al PRI. Cuando sus posibilidades de formar mayoría eran remotas, casi descartables, prometía que cuando arribara al gobierno las cosas serían diferentes. Pero una vez que probó las mieles del poder, como ocurre con un hechizo, comenzó a reproducir las prácticas que decía repudiar.

La herencia priísta no sólo prevalece, sino que se ha expandido. Sus mecanismos han rebasado fronteras previamente establecidas, colonizando al resto de los partidos que conforman nuestro sistema político. Es así como se ha asegurado la continuidad del modelo autoritario acuñado férreamente a lo largo de siete décadas. Este legado bien podría inspirar una formidable obra titulada El Diccionario ilustrado de la jerga y las prácticas de la política mexicana.

Ahí se incluirían estudios sociológicos sobre conductas pertenecientes al régimen surgido tras la Revolución y cristalizadas en frases emblemáticas como: “El que se mueve no sale en la foto”; “La moral es un árbol que da moras”; “Político pobre, pobre político”; “Es un error vivir fuera del presupuesto”; “La Revolución nos hizo justicia”; “La política es el arte de tragar sapos sin hacer muecas”; “Sólo a las moscas las matan a periodicazos”; “Los carniceros de hoy serán las reces del mañana”; “Nunca digas lo que piensas”; “Que el que pierda no llore y el que gane no atropelle”; “Si a las doce del día el pueblo dice que es de noche, debemos encender las luminarias” y; la madre de todas ellas, “El pueblo mexicano no está listo para la democracia”.

Lugares más que asegurados tanto por su historia como por su vigencia, tendrían conceptos como el charrismo sindical, el cacicazgo, el clientelismo, el corporativismo, la urna embarazada, el ratón loco, la operación tamal, el fraude patriótico, el mapacheo, el acto de planchar, el mayoriteo democrático, el acuerdo en lo oscurito, el dedazo, la operación política, mi referente, mi líder, el militante distinguido y desde luego, el concepto que da título a este artículo. Comencemos con la A de acarreo.

La toma de protesta de Josefina Vázquez Mota como candidata a la presidencia postulada por el PAN, demuestra en qué medida los pilares que sustentaron al autoritarismo priísta permanecen en pie, tan vigorosos como antaño.

El domingo 11 de marzo desde temprano, vecinos de la zona denunciaron y publicaron por Twitter la inusual saturación de camiones en las inmediaciones del Estadio Azul. Provenían principalmente del Estado de México, Morelos, Michoacán, Guanajuato, Tlaxcala, Hidalgo y Puebla, síntoma del raquítico panismo en la capital. Más tarde, lo que Televisa pretendía maquillar tras la versión de un estadio “parcialmente lleno”, se desenmascaró a través de las redes sociales y de algunos reportajes periodísticos que no por irónicos perdieron severidad, como el de Adriana Flores en Milenio TV. –“Al de Sedesol”, –“No ni sé, nomás me pegué yo”, –“A ver una pelea de toros”, –“al cierre de campaña”, fueron las respuestas de algunos asistentes cuando la periodista les preguntó a qué evento se dirigían. Pese a los amagues de los operadores políticos, tras cuatro horas de insolación, la inmensa mayoría de los asistentes dejaban vacías las butacas al tiempo que Vázquez Mota tomaba protesta.

Esta postal ilustra desgarradoramente la realidad de la democracia en México. Y no sólo eso. El acarreo evidencia nítidamente el desprecio a la dignidad humana por parte de quienes trafican con la pobreza y las necesidades de la gente. A cambio de una despensa pagada con el desvío de nuestros impuestos, una pequeña remuneración económica, o bien, con una mentira sobre la naturaleza del evento o con la amenaza de eliminarlos del padrón de determinado programa social, las personas más desposeídas –con las cuales el país tiene una deuda inmensa–, son movilizadas para llenar plazas. Con vallas y dispositivos de seguridad de por medio, entre confeti, edecanes y música en vivo, quienes son acarreados desde los rincones más olvidados, están ahí para colmar la insaciable vanidad del candidato en turno. No importa que estas personas pasen hambre, sed o insolación. Tampoco que su presencia se deba a que quienes los convocan se aprovechen de sus necesidades más apremiantes. Lo que importa es mostrar músculo, que el mitin luzca lleno. En el recuento, ya cuando los camiones regresan con tripulantes cansados, a los organizadores ni siquiera les pasa por la mente una cruel ironía: estos esquemas de campaña se han vuelto obsoletos, pues carecen de incidencia electoral. Terminan siendo actos de consumo interno.

Así, desde el cinismo que permea la política tradicional, la intoxicación de 709 personas provocada por distribuir tacos de arroz con huevo que contenían una bacteria conocida como estafilococo dorado, y que fueron llevadas a la fuerza a un mitin priísta en el municipio de Chilapa, Guerrero, el pasado mes de febrero, es, recurriendo a la jerga política mexicana actualizada, un daño colateral.

La mirada de aquéllos que han sido acarreados a un mitin denota agobio y tristeza. Sus ojos son sabedores de la afrenta cometida. Cuán diferente es la alegría de aquellas multitudes que guiadas por su libertad de conciencia se reúnen para arrancarle al régimen una porción de libertad y democracia. Construyen paso a paso un yo colectivo, o mejor dicho, un nosotros. Son personas que desarrollan un sentido de pertenencia y que se asumen corresponsables en la construcción de una vida en común. Los hemos visto en el 68, su solidaridad se presentó tras el temblor del 85, y más recientemente, protestando en contra del desafuero, defendiendo el petróleo o demandando una paz justa y una vida digna de vivirse. En estas multitudes reside una potencialidad creciente para erradicar las jergas y las anacrónicas prácticas priístas de la vida pública de México, y así comenzar a escribir, con la mano izquierda, un nuevo diccionario que inicie con la letra D de democracia.

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