lunes, 9 de abril de 2012

El Berlusconi mexicano


Alejandro Encinas Nájera

Hay una amplia corriente de estudios que sostienen que en las sociedades contemporáneas la política es fundamentalmente mediática: las organizaciones, los mensajes y los líderes que no tienen presencia mediática, no existen para el público. Para el autor de Comunicación y Poder, Manuel Castells, los medios de comunicación no son el Cuarto Poder, pues son mucho más que eso: son el espacio en donde se crea el poder y se deciden las relaciones de poder entre los actores políticos y sociales rivales.

Atento a tales flancos vulnerables, Domenico Fisichella, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Florencia, advertía desde inicios de la década de los noventas que una de las principales amenazas que la democracia habría de enfrentar en nuestros tiempos, es la alianza de la oligarquía de los medios de comunicación con las oligarquías económicas y financieras. Desde entonces vaticinaba que el riesgo sería derivar en una oligarquía disfrazada de democracia.

En México, la peligrosa alianza a la que Fisichella se refería comenzó a colonizar las instituciones estatales a partir de la adopción de la doctrina neoliberal. Los tecnócratas gradualmente fueron desplazando, en el caso del PRI, a los nacionalistas-revolucionarios y, en el caso del PAN, a las corrientes demócrata-cristiana y sinarquista. De tal magnitud ha sido el éxito de esta coalición dominante, que no sólo logró subsistir, sino expandir su poder con el paso de la alternancia. A estas alturas, el duopolio televisivo –pieza central en la formulación del consenso ideológico entre dominantes y oprimidos–, puede prescindir del cabildeo y del lobby político, pues ya cuenta con su propia bancada legislativa en San Lázaro. En suma, si Azcárraga padre era un soldado de Los Pinos, con la colonización del Estado por parte de los poderes mediáticos y financieros, esta relación se ha invertido.

Para subsistir, esta alianza ha tenido que reconfigurarse, sortear fisuras internas y desechar a sus representantes estatales cuando dejan de serles funcionales. Es así como el bloque hegemónico ha encontrado su nuevo punto de cristalización en Enrique Peña Nieto.

Inquietan las semejanzas entre la construcción de poder y de imaginario público de Berlusconi en Italia, con la del candidato presidencial del PRI. Figuras frívolas y proclives a trivializar la política, ambos prefieren dirimir los asuntos republicanos en un reality show en el que ellos son los protagonistas. Aquí la frontera entre lo público y lo privado se difumina. No son casualidad los escándalos sexuales de Il Cavaliere, o su forma opulenta de vivir, tan atractiva para los sectores aspiracionistas. Tampoco lo es que Peña Nieto pretenda hacer pasar su carrera como una tv novela de ensueño. En los dos casos se trata de una estrategia política claramente delineada, en la cual la nota rosa y las revistas de corazón ocultan la nota roja. De tal modo, la atención pública se desvía en cuestiones personales irrelevantes, dejando el terreno político libre de escrutinio, como un campo fértil para cometer tropelías que florezcan con impunidad.

Italia fue el laboratorio y en México se intenta gestar la réplica de una novedosa forma de liderazgo político que conjuga las técnicas de la mercadotecnia con las formas más añejas de dominación. En tiempos de la mediatización, prevalece la represión física, el corporativismo, el populismo, el aparato partidista, la doctrina del shock y una concepción sumamente autoritaria del poder. En el caudillismo digital, del telepronter, el Poder Legislativo es un estorbo cuando no un obstáculo a la eficiencia del líder. Por eso el sueño en ambos casos es fabricar mayorías artificiales. Para lograrlo, Berlusconi compraba a diputados de la oposición; Peña Nieto también lo hacía en sus tiempos de gobernante mexiquense, pero él además propone atavismos como la cláusula de gobernabilidad, o la medida demagógica de reducir el número de legisladores, lo cual no es otra cosa que sobre representar al PRI, y por tanto mermar el principio democrático de proporcionalidad entre votos y escaños.

Slavoj Zizek advertía que el hecho de que Berlusconi fuera un “bufón sin dignidad” no es motivo para reírse tanto de él, pues quizás con las burlas le estaríamos haciendo el juego. Lo cierto es que detrás de los reality shows de Berslusconi y Peña Nieto hay una maquinaria de poder estatal funcionando con brutal eficiencia. Sus engranajes están lubricados con el dinero y los intereses de las minorías privilegiadas. Por tanto, en el caso mexicano lo peor que podrían hacer los detractores de Peña Nieto es subestimar su habilidad política... aunque no recuerde los títulos de sus tres libros favoritos y un largo etcétera.

A tres meses de la cita de los mexicanos con las urnas, es fundamental que la izquierda y la ciudadanía crítica derriben lo que Zizek denomina el silencio de la aceptación, o bien, de la resignación. Desde ahí se concibe el arribo de estas personalidades y su permanencia en el poder estatal como un destino inevitable. –Es la democracia de aquéllos que ganan por default, el triunfo de la desmoralización cínica–, agrega este filósofo. En otras palabras, aún estamos a tiempo de no erigir un Berlusconi mexicano.

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