jueves, 26 de julio de 2012

¿Qué sigue para la izquierda mexicana? (2/2)

Alejandro Encinas Nájera Segunda parte. El papel de la izquierda en la coyuntura nacional: lo que vendrá Corresponde en estos tiempos limpiar la elección. Ningún demócrata puede pasar inadvertido que no sólo se trata de un derecho, sino de una obligación republicana. Que en todo el mundo se sepa lo que pasó en México en 2012 y que quede registrado en la historia. El TEPJF no puede desechar de un borrón el sólido recurso del Movimiento Progresista, mediante el cual demanda que se invalide la elección presidencial debido a que no existieron condiciones equitativas y transparentes, y por ende no se realizaron comicios libres y auténticos. Y es que mientras prevalezca en el país tanta desigualdad y marginación, la compra de voto seguirá ejerciendo una influencia abrumadora. Me gustaría estar equivocado, pero me temo que se llevará un nuevo desaire todo aquél que deposite sus expectativas en un Tribunal corrompido, cuyas resoluciones sistemáticamente se han supeditado a satisfacer los intereses de quienes mandan en este país. Es vano pretender que la solución para que nuestra democracia salga de este atolladero provendrá de los juzgados. La clave estriba en otro lado y la portan otros actores: una ciudadanía participativa que tienda puentes con las fuerzas progresistas. Durante las próximas semanas, no hay que dejar de tener bajo la lupa el desempeño de los magistrados –mostrando sus omisiones, negligencias e inconsistencias–. Pero al mismo tiempo ha llegado la hora de que desde la izquierda se convoque a un amplio debate nacional para replantear y fortalecer su papel en la escena política. La izquierda ha de abrir un proceso de reflexión sobre aquello que hizo y dejó de hacer, reconociendo sus avances sin caer en el conformismo y la autocomplacencia. Así, deberá proyectar programas y estrategias que guíen sus acciones durante los próximos años, teniendo las miras puestas en afianzar el apoyo ciudadano que se expresó en 2012 e incrementar su caudal de simpatías y adhesiones para enfrentar decididamente los desafíos que se aproximan. La gran lección que dejó la coyuntura electoral es que la sociedad mexicana ha cambiado, pero las instituciones permanecen ancladas en el pasado. De imprevisto llegó la hora en que amplios sectores se han desencantado del desencanto y han decidido tomar las riendas del devenir político. De esta manera, la brecha entre esta ciudadanía y las esferas de la política institucional se amplía dramáticamente. La izquierda partidista no es la excepción. Por lo tanto, está emplazada a actualizar sus contenidos y fines no sólo para nutrirse de esta innovación, sino también para acompañar a esta ciudadanía revitalizada en la apertura de nuevos cauces participativos. Esta energía se concentra principalmente en las juventudes que demandan una renovación tajante del pensamiento y el quehacer político al servicio de la transformación social. Hay que superar esa falsa dicotomía entre acción parlamentaria y movilización social. Lejos de ser opuestas, desde la izquierda se puede plantear una relación de complementariedad en la cual la protesta ciudadana encuentre ecos y voces que la representen en las cámaras, e inversamente, para que las reformas legislativas progresistas prosperen, precisan contar con un amplio respaldo social. Las fracturas y divisiones internas siempre han sido el “talón de Aquiles” de la izquierda mexicana. Mientras la derecha se articula de manera compacta, homogénea y se apresta organizadamente a la disputa electoral para conservar los privilegios de los grupos de poder que la auspicia, la izquierda carece de altura de miras y se desgasta en pugnas intestinas por el acomodo y la repartición de cargos. Así ha desdibujado su bagaje ideológico, que es lo que la hace diferente a las otras ofertas electorales. En distintos momentos ha quedado demostrado que cuando la izquierda va unida y deja a un lado disputas irrelevantes para defender ideas y proyectos, ha conseguido sus mayores triunfos. Así ha sucedido no solamente en contiendas electorales en las que la labor conjunta fue el factor decisivo, sino también en la conquista de nuevos derechos cívicos y libertades, coyunturas como la defensa de los recursos naturales y diversos episodios en los que la izquierda con su actuar articulado, ha contenido los excesos de los grupos de poder e impedido que se consuman despojos a la nación. La izquierda es un abanico de ideas, posturas, intereses y grupos de lo más diversos. Es innegable que el actual modelo partidista de convivencia que ha degenerado en grupos de presión y de interés que intercambian prebendas entre sí, ha fracasado rotundamente. Esta vida orgánica ha distanciado a esta expresión política de miles de ciudadanos dispuestos a hacer algo por su país, y ha excluido de la militancia activa a muchos compañeros de lucha cuyos aportes serían de gran valor en la actualidad. Es sintomático que el debate ideológico del papel de la izquierda ha quedado relegado a un segundo plano si no es que prácticamente ha desaparecido al interior de los partidos. Esta situación es insostenible. No se trata de buscar la unidad a toda costa asfixiando la pluralidad y el derecho a disentir. Por el contrario, la izquierda debe reconocer sus diferencias para actuar en un frente común. En los próximos meses se deben sostener debates intensivos para encontrar colectivamente un modelo alternativo de convivencia democrática que permita que la amplia diversidad de posturas y expresiones puedan habitar bajo el mismo techo, al tiempo que existan consensos en lo fundamental y una acción coordinada para hacer frente a los retos, problemas nacionales y al desafío que implica el retorno del PRI a la Presidencia. Y es que Enrique Peña Nieto fue formado en la vieja escuela priísta que concibe a la oposición como un accesorio decorativo que da bríos democráticos al régimen. Así lo ha demostrado en diversas ocasiones, como cuando planteó reducir el número de diputados de representación proporcional, en su propuesta de crear una cláusula de gobernabilidad que produzca mayorías artificiales, o en discursos en los que llama a la oposición a sumarse a su proyecto bajo el fútil argumento de que nos “une el amor por México”. Mediante esta simulación democrática pretende que prosperen sus reformas estructurales. Este escenario adverso obliga a la principal fuerza opositora, el Movimiento Progresista, a cumplir con una responsabilidad. La oposición no tiene que ponerse al servicio del ganador ni sumarse a “la unidad”, como sugiere la retórica priísta. La oposición tiene que ser precisamente eso: oposición. En otras palabras, el Movimiento Progresista tiene que asumir un papel de oposición leal; no con el poder y sus instrumentos de cooptación, sino con la democracia y la ciudadanía. En la próxima Legislatura, el progresismo deberá ejercer un papel protagónico en la construcción de puentes de entendimiento e interlocución con las demás fuerzas políticas, entre las que se incluye el partido en el poder. No obstante, deberá asumir una postura firme para impedir medidas y reformas lesivas para el país. Para cada “reforma estructural”, la izquierda ha de proponer una alternativa: sí a la reforma de medios de comunicación, pero con carácter democrático; sí a la reforma energética, pero partiendo de la necesidad de modernizar y combatir la corrupción de las empresas públicas y garantizando que los recursos energéticos sigan siendo propiedad de todos los mexicanos; sí a una reforma laboral siempre y cuando garantice y expanda las conquistas de los trabajadores. Sería inaceptable que la izquierda dilapidara el capital político y el amplio apoyo ciudadano que emergió de las urnas el 1 de julio de 2012. No es aceptable cometer el mismo error de hace 6 años, cuando la izquierda era segunda fuerza en el Congreso, pero el PRI sigilosamente fue recuperándose y en los hechos fungió como segunda fuerza cogobernante. La izquierda debe transitar del pensamiento marginal y contestatario, a lo que los ciudadanos le están reclamando que sea: un bloque político con una inmensa capacidad y respaldo popular para incidir en los destinos de México. El progresismo ha de estar a la altura que reclaman estos momentos. Y en los tiempos venideros, prepararse para asumir la conducción de este país, pues como dijo Salvador Allende, “no se detienen los procesos sociales, ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

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