Alejandro Encinas Nájera
Enfocaré este artículo –el último previo a la jornada
electoral– a enunciar una serie de argumentos que contribuyan a refutar un
discurso hueco y simplón que cada vez que la izquierda tiene posibilidades de
ganar, sale a relucir y que ya lo tienen muy bien memorizado.
Me refiero al discurso promovido hasta el cansancio
por el bloque conservador, según el cual la izquierda mexicana no respeta las
instituciones, denuncia fraude cuando el resultado no le es favorable y socava
la confianza de nuestros organismos democráticos. Su argumento prosigue
señalando que es momento de confiar en el Instituto Federal Electoral, el cual
tendrá la palabra definitiva. Esto último, es lo realmente preocupante.
La confianza ciega y la postura acrítica son propias
de regímenes autoritarios. En cambio, para mejorar su desempeño, una democracia
precisa de ciudadanos escépticos, críticos, que no entreguen la estafeta a las
instituciones públicas y acto seguido, asuman una actitud pasiva. La ciudadanía
en las democracias contemporáneas debe constituirse como un vigilante que tenga
bajo la lupa a los encargados de echar andar las instituciones. Un ciudadano
comprometido, lejos de delegar y desentenderse, exige transparencia y rendición
de cuentas.
Si confiáramos nomás por confiar en las
instituciones, no habría necesidad de leyes como la de transparencia y
rendición de cuentas, ni mucho menos existirían las contralorías, auditorías y
fiscalías. Es más, ni siquiera habría necesidad de constituir una división de
poderes y la prensa libre sería una excentricidad. No obstante, ya desde el
Siglo XVIII, pensadores como Montesquieu nos advertían que no era sano confiar
y delegar, que lo crucial era auditar al poder para evitar abusos y
corruptelas.
La derecha, tanto el PRI como el PAN, nos pide que
confiemos en las instituciones, como si fuera una cuestión de fe. Desde su
punto de vista, se trata de entes inmaculados y puros, quizás extraterrestres,
y no lo que en verdad son: organizaciones que fueron creadas y son reproducidas
día con día por mujeres y hombres de carne y hueso.
De lo que no se han dado cuenta, es que la llamada
crisis de representación, o desafección democrática, precisamente reside en el
hecho de que la confianza ciudadana en las instituciones ha ido drásticamente a
la baja. Según las cuentas del Latinobarómetro, sólo el 3.8% de los mexicanos
se siente muy satisfecho con su democracia, mientras que el 72% manifiesta estar
insatisfecho. Esto en vez de alarmarnos, debe entusiasmarnos. Si el desempeño
de las instituciones no es el óptimo, estaríamos todavía peor si los ciudadanos
creyéramos en éstas. Por el contrario, esta ciudadanía crítica e inconforme
puede representar el germen de una democracia más robusta.
Es necesario aclarar que las instituciones son la
cristalización de la correlación de fuerzas que prevalecía en el momento de su
origen. Así, éstas abonan a que esa correlación de fuerzas que fijó un pacto
fundacional, prevalezca en el tiempo y se reproduzca a través de pautas,
reglas, comportamientos, rutinas y estructuras. Desde luego, las instituciones
no son inmunes al paso del tiempo y al cambio en las sociedades, es decir,
entran en procesos de reforma.
Los cambios en materia de organización electoral dan
prueba de ello. En 1988, el secretario de Gobernación aún era el presidente de
la Comisión Federal Electoral. Todo lo concerniente con elecciones se procesaba
en los despachos de Bucareli. Esa realidad comenzó a cambiar ante la
pluralización y las protestas de ciudadanos que cuestionaban que el gobierno
fuera juez y parte en un tema tan crucial. Hoy el IFE es un organismo
completamente autónomo. Este proceso fue gradual, lento, imperfecto, sufrió
regresiones, pero al final se logró el cometido. Omiten decir el PRI y el PAN
que la izquierda jugó en ello un papel determinante. En pocas palabras, la
autonomía del IFE y su sofisticado diseño institucional, no podrían entenderse
sin la participación permanente de la izquierda en un proceso que duró años.
Esa debe ser una lección a seguir en esta coyuntura. A
unos días de las elecciones, el planteamiento no debe ser “vamos a confiar en
el IFE”. Semejante postura equivale a dejarle a un solo organismo una tarea que
por su relevancia nos corresponde a todos. La democracia requiere una actitud
mucho más proactiva: “vamos a colaborar con el IFE” para que tengamos comicios
libres y equitativos. Y no sólo con el IFE, sino con los 140 mil presidentes de
casilla, sus secretarios y escrutadores, que generosamente aceptaron cumplir
con su deber cívico.
Colaborar es indispensable. Más en nuestros días,
pues hay fuerzas políticas influyentes que aún se resisten a aceptar sin
restricciones que la democracia es the
only game in town (el único juego posible), y que pretendan alterar la
voluntad ciudadana con todas las alquimias e ingenierías de mapaches acuñadas y
perfeccionadas durante los tiempos de la hegemonía priísta. Ya sabemos cómo
opera la estructura electoral de Elba Ester Gordillo, la cual se enfoca en
zonas marginadas, conflictivas o de difícil acceso, y madruga para sustituir
funcionarios de casilla. También sabemos que los gobernadores priístas tienen
metas que cumplir y que movilizarán el voto a través de la compra, coerción o
clientelismo.
Por eso resulta hasta sarcástico el discurso de
devoción institucional por parte de estos actores. Alaban al IFE, se asumen
como los templarios de la democracia, algunos se inmolan en términos
metafóricos, al punto de evocar a Juan Escutia y envolverse en la bandera de la
democracia, para posteriormente minar la institucionalidad democrática con sus
acciones. La misma doble moral, la misma simulación tan viva en el pasado como
en el presente.
Este primero de julio no hay que confiar, sino
colaborar con el IFE y con los cientos de miles de mexicanos encargados de las
casillas. ¿Cómo? Lo más importante es salir masivamente a las urnas, como nunca
antes se haya visto en la historia de este país. Esto permitirá neutralizar los
operativos de quienes pretendan distorsionar la voluntad popular y garantizará
que sea exclusivamente el voto de los mexicanos el factor que determine los
resultados. La segunda es que aquéllos que aceptaron ser observadores o
representantes de casilla, cumplan con su tarea. Lo más importante es tener
copia de todas las actas para estar preparados para los conteos distritales.
Será un día largo y cansado, no exento de tensiones. Pero tal esfuerzo vale,
cuando lo que está en juego es la defensa de lo que hasta ahora nuestra
democracia ha alcanzado.
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