martes, 10 de julio de 2012

IFE: ¿Hora de confiar, o de colaborar?



Alejandro Encinas Nájera

Enfocaré este artículo –el último previo a la jornada electoral– a enunciar una serie de argumentos que contribuyan a refutar un discurso hueco y simplón que cada vez que la izquierda tiene posibilidades de ganar, sale a relucir y que ya lo tienen muy bien memorizado.

Me refiero al discurso promovido hasta el cansancio por el bloque conservador, según el cual la izquierda mexicana no respeta las instituciones, denuncia fraude cuando el resultado no le es favorable y socava la confianza de nuestros organismos democráticos. Su argumento prosigue señalando que es momento de confiar en el Instituto Federal Electoral, el cual tendrá la palabra definitiva. Esto último, es lo realmente preocupante.

La confianza ciega y la postura acrítica son propias de regímenes autoritarios. En cambio, para mejorar su desempeño, una democracia precisa de ciudadanos escépticos, críticos, que no entreguen la estafeta a las instituciones públicas y acto seguido, asuman una actitud pasiva. La ciudadanía en las democracias contemporáneas debe constituirse como un vigilante que tenga bajo la lupa a los encargados de echar andar las instituciones. Un ciudadano comprometido, lejos de delegar y desentenderse, exige transparencia y rendición de cuentas.

Si confiáramos nomás por confiar en las instituciones, no habría necesidad de leyes como la de transparencia y rendición de cuentas, ni mucho menos existirían las contralorías, auditorías y fiscalías. Es más, ni siquiera habría necesidad de constituir una división de poderes y la prensa libre sería una excentricidad. No obstante, ya desde el Siglo XVIII, pensadores como Montesquieu nos advertían que no era sano confiar y delegar, que lo crucial era auditar al poder para evitar abusos y corruptelas.

La derecha, tanto el PRI como el PAN, nos pide que confiemos en las instituciones, como si fuera una cuestión de fe. Desde su punto de vista, se trata de entes inmaculados y puros, quizás extraterrestres, y no lo que en verdad son: organizaciones que fueron creadas y son reproducidas día con día por mujeres y hombres de carne y hueso.

De lo que no se han dado cuenta, es que la llamada crisis de representación, o desafección democrática, precisamente reside en el hecho de que la confianza ciudadana en las instituciones ha ido drásticamente a la baja. Según las cuentas del Latinobarómetro, sólo el 3.8% de los mexicanos se siente muy satisfecho con su democracia, mientras que el 72% manifiesta estar insatisfecho. Esto en vez de alarmarnos, debe entusiasmarnos. Si el desempeño de las instituciones no es el óptimo, estaríamos todavía peor si los ciudadanos creyéramos en éstas. Por el contrario, esta ciudadanía crítica e inconforme puede representar el germen de una democracia más robusta.

Es necesario aclarar que las instituciones son la cristalización de la correlación de fuerzas que prevalecía en el momento de su origen. Así, éstas abonan a que esa correlación de fuerzas que fijó un pacto fundacional, prevalezca en el tiempo y se reproduzca a través de pautas, reglas, comportamientos, rutinas y estructuras. Desde luego, las instituciones no son inmunes al paso del tiempo y al cambio en las sociedades, es decir, entran en procesos de reforma.

Los cambios en materia de organización electoral dan prueba de ello. En 1988, el secretario de Gobernación aún era el presidente de la Comisión Federal Electoral. Todo lo concerniente con elecciones se procesaba en los despachos de Bucareli. Esa realidad comenzó a cambiar ante la pluralización y las protestas de ciudadanos que cuestionaban que el gobierno fuera juez y parte en un tema tan crucial. Hoy el IFE es un organismo completamente autónomo. Este proceso fue gradual, lento, imperfecto, sufrió regresiones, pero al final se logró el cometido. Omiten decir el PRI y el PAN que la izquierda jugó en ello un papel determinante. En pocas palabras, la autonomía del IFE y su sofisticado diseño institucional, no podrían entenderse sin la participación permanente de la izquierda en un proceso que duró años.

Esa debe ser una lección a seguir en esta coyuntura. A unos días de las elecciones, el planteamiento no debe ser “vamos a confiar en el IFE”. Semejante postura equivale a dejarle a un solo organismo una tarea que por su relevancia nos corresponde a todos. La democracia requiere una actitud mucho más proactiva: “vamos a colaborar con el IFE” para que tengamos comicios libres y equitativos. Y no sólo con el IFE, sino con los 140 mil presidentes de casilla, sus secretarios y escrutadores, que generosamente aceptaron cumplir con su deber cívico.

Colaborar es indispensable. Más en nuestros días, pues hay fuerzas políticas influyentes que aún se resisten a aceptar sin restricciones que la democracia es the only game in town (el único juego posible), y que pretendan alterar la voluntad ciudadana con todas las alquimias e ingenierías de mapaches acuñadas y perfeccionadas durante los tiempos de la hegemonía priísta. Ya sabemos cómo opera la estructura electoral de Elba Ester Gordillo, la cual se enfoca en zonas marginadas, conflictivas o de difícil acceso, y madruga para sustituir funcionarios de casilla. También sabemos que los gobernadores priístas tienen metas que cumplir y que movilizarán el voto a través de la compra, coerción o clientelismo.

Por eso resulta hasta sarcástico el discurso de devoción institucional por parte de estos actores. Alaban al IFE, se asumen como los templarios de la democracia, algunos se inmolan en términos metafóricos, al punto de evocar a Juan Escutia y envolverse en la bandera de la democracia, para posteriormente minar la institucionalidad democrática con sus acciones. La misma doble moral, la misma simulación tan viva en el pasado como en el presente.

Este primero de julio no hay que confiar, sino colaborar con el IFE y con los cientos de miles de mexicanos encargados de las casillas. ¿Cómo? Lo más importante es salir masivamente a las urnas, como nunca antes se haya visto en la historia de este país. Esto permitirá neutralizar los operativos de quienes pretendan distorsionar la voluntad popular y garantizará que sea exclusivamente el voto de los mexicanos el factor que determine los resultados. La segunda es que aquéllos que aceptaron ser observadores o representantes de casilla, cumplan con su tarea. Lo más importante es tener copia de todas las actas para estar preparados para los conteos distritales. Será un día largo y cansado, no exento de tensiones. Pero tal esfuerzo vale, cuando lo que está en juego es la defensa de lo que hasta ahora nuestra democracia ha alcanzado.

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