Alejandro Encinas Nájera
Primera
Parte. Un balance electoral
El 2 de julio de 2012, muchos integrantes y
simpatizantes del Movimiento Progresista amanecieron desencantados, cargando a
cuestas el peso de un nuevo desaire. No era para menos: el compromiso y entrega
a una causa, la vitalidad y el trabajo en territorio –barrios, colonias,
centros de trabajo y escuelas–, al fin serían medidos en las urnas. La
irrupción de las juventudes en la arena pública multiplicó ese entusiasmo y las
expectativas de millones. En la jornada electoral, esos anhelos de cambio se
enfrentaron con viejas trapacerías y estructuras anquilosadas de poder: con los
cacicazgos locales, los gobernadores priístas que mandan en sus estados como
señores feudales, la alianza del grupo Atlacomulco con los grandes consorcios
mediáticos y los poderes fácticos, el control corporativo y el pacto de
impunidad sellado por los dos grandes partidos de la derecha mexicana.
Ese primero de julio, a través de muchas trapacerías
y bajo condiciones diametralmente inequitativas, el bloque conservador logró
que su candidato predilecto para esta ocasión, Enrique Peña Nieto, obtuviera la
mayor cifra de votos.
Vendrán tiempos difíciles para el país. El retorno
del PRI a la Presidencia puede degenerar en una involución hacia el
autoritarismo. En efecto, si con Felipe Calderón nuestra transición a la
democracia se truncó, en el sexenio de Peña Nieto se corre el riesgo de que sea
abortada en definitiva. No hay democracia que tenga su futuro asegurado, y,
como recientemente señaló el historiador Lorenzo Meyer, la nuestra ha vuelto a
colocar en el centro político a uno de sus enemigos más acérrimos y astutos.
Además, sin siquiera contar con la constancia de
mayoría, el abanderado priísta anunció que su gobierno pondrá en marcha desde
el primer minuto las llamadas “reformas estructurales”. Se trata de un término
eufemístico que esconde a través del lenguaje “políticamente correcto” el verdadero plan: profundizar el saqueo
neoliberal en temas de vital importancia nacional como el laboral, energético y
fiscal. Desde esta zozobra pareciera que el abanderado priísta alberga la
ilusión de contar con un amplio respaldo del electorado que le permitiría
impulsar cómodamente su agenda de compromisos adquiridos. Pero las cuentas son
implacables. De confirmarse la validez de la elección, Peña Nieto llegaría con
un respaldo minoritario, en tanto el 62% del electorado optó por darle su voto
a otra fuerza política, por no mencionar a quienes se abstuvieron de acudir a
las urnas.
Parafraseando el microrrelato de Augusto Monterroso,
cuando los mexicanos despertamos, el dinosaurio todavía estaba allí. Sin
embargo, hay un dato alentador que agregar: que ese dinosaurio ya no va a
encontrar súbditos, sino ciudadanos. Ante el regreso de un partido que hoy se
despliega ávido, recargado y con el ánimo de saldar cuentas, la izquierda
mexicana no puede permitirse un solo día de pasmo y desencanto. Es ésta una
lucha de largo aliento, que nunca cesa, siempre inacabada, en permanente
construcción de su devenir. Esto pasa por reconocer y reivindicar nuestros logros
y avances en este decisivo año electoral:
1. Debe recordarse que en la elección inmediatamente
anterior, la de 2009, el PRD a causa de varios factores, entre los que destaca
su confrontación interna, sufrió un descalabro electoral al haber obtenido tan
sólo el 12.2% de los votos. Con estas cifras, el partido del sol azteca se
encontraba más cerca a la cuarta fuerza –el Partido Verde–, que de la segunda
posición ocupada por el PAN. Incluso estas perspectivas desalentadoras se
prolongaron hasta inicios de 2012, momento en el que todas las encuestas
ubicaban al candidato del Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador,
en un tercer lejano sitio, a 26 puntos de distancia de Enrique Peña Nieto. Con
todo y guerra sucia, control corporativo, manipulación de las encuestas y
compra de votos, el primero de julio esa cifra se redujo a 6.6 puntos
porcentuales.
2. No se le ha dado el valor que merece el hecho de
que en 2012 la izquierda obtuvo la mayor votación en toda su historia. En las
controvertidas elecciones de 2006, los cómputos oficiales reconocieron a la
Coalición Por el Bien de Todos 14 millones 683 096
votos; seis años después, pese a la crisis del 2009, el Movimiento Progresista
obtuvo de 15 millones 896 999. Es decir, tuvo un incremento de 1 millón 213 903
votos.
3. El asombroso crecimiento electoral de
las izquierdas no podría explicarse sin la efervescencia juvenil. En tanto que
Enrique Peña Nieto fue el puntero en las preferencias de los ciudadanos mayores
a 50 años, los menores de 29 años en su mayoría prefirieron votar por las
izquierdas. Esto significa que está emergiendo un electorado pujante,
modernizador, insatisfecho y progresista. Se trata de un cambio generacional
que de seguir bajo este curso, al paso de los años se irá expandiendo. Es una
realidad que ha llegado para quedarse y para transformar el país.
4. La izquierda tuvo grandes éxitos a
nivel local, destacando los siguientes casos:
·
En
Tabasco –uno de los estados más ricos en recursos naturales, pero de los más
rezagados en cuestiones de desarrollo, debido a los más de 80 años
ininterrumpidos de gobierno priísta–, el Movimiento Progresista ganó la
gubernatura, instaurando de este modo una auténtica alternancia.
·
Situación
similar ocurrió en Morelos, entidad con una enorme tradición de lucha agrícola
y que ahora decidió castigar a los gobiernos corruptos del PRI y del PAN. La
ciudadanía confirió su confianza a la izquierda, con la encomienda de enfrentar
la crisis de inseguridad y las desigualdades prevalecientes en este estado.
·
Jalisco
es un estado estigmatizado como conservador, pero un silencioso y veloz proceso
de urbanización y modernización ha desencadenado paralelamente una
transformación en los valores y en la cultura política de los ciudadanos. De
tal forma, aunque el progresismo no alcanzó la mayoría, sí sentó un parteaguas
mediante la candidatura de Enrique Alfaro, quien pese a haber sido postulado
únicamente por Movimiento Ciudadano, obtuvo el 34.18% de los sufragios. Si la
nula altura de miras de la burocracia perredista en el estado no hubiera
impedido la unidad de las izquierdas, con la suma del 3.41% de votos que obtuvo
el PRD abanderando a un ex panista, Alfaro prácticamente estaría en empate técnico
con el PRI, disputando seriamente la gubernatura.
·
La
capital del país reafirma su vocación de vanguardia. La izquierda sentó en el
DF un hito histórico, obteniendo 3 millones 031,160 sufragios (63.58%). Hace
seis años Marcelo Ebrard obtuvo 2 millones 215,147, lo cual implica que la base
electoral de la izquierda en el DF incrementó alrededor de 816,000 votos. A
nivel distrital y delegacional, también es el mejor resultado en la historia de
la izquierda capitalina. Los ciudadanos de las delegaciones anteriormente
gobernadas por el PAN, decidieron esta vez optar por la alternancia a favor de
las izquierdas. Es el caso del contundente triunfo en Miguel Hidalgo. En cuanto
a la demarcación Benito Juárez hay prácticamente un empate técnico. En suma,
tras 15 años de buen gobierno, los capitalinos refrendaron su apoyo y
reconocieron la labor de la izquierda.
·
Otro
caso destacado es el norte del país, históricamente difícil para la izquierda.
En Nuevo León las preferencias se repartieron en tercios. Ahí, en años anteriores
la izquierda no sólo estaba borrada del mapa, sino también despertaba temores
en varios sectores de la sociedad. En 2006, López Obrador obtuvo 164,942
(9.4%); seis años después 434,650 (22%). Algo similar ocurrió en Baja
California, entidad en la que López Obrador obtuvo 375,803 votos.
·
En
Guerrero se refrendó la mayoría izquierdista; lo mismo en Oaxaca y Puebla,
entidades gobernadas en alianza con el PAN. En Veracruz, estado dominado por un
priísmo violento y desfasado, la elección sorprendentemente se fue a tercios.
Tlaxcala se gana, pese a la operación del gobierno priísta. Quintana roo
refrenda su perfil progresista, aun cuando es gobernado por el PRI; Hidalgo
aportó 400 mil votos, pisándole los talones al PRI en una entidad en la que
nunca se ha dado la alternancia. Y en Michoacán la izquierda está en franca
recuperación, tras la grave pérdida de la gubernatura en el año 2011,
desbancando ahora al PAN de la segunda posición.
·
En
contraparte, Chiapas y Zacatecas, el primero gobernado por el neoperredista
Juan Sabines, y el segundo por el experredista Miguel Alonso Reyes, presentan
resultados atípicos y en franca oposición a su tendencia histórica. También hay
que evaluar por qué en 22 estados, la alianza de izquierdas no ganó ni uno de
los diputados uninominales, y por qué en las presidenciales de 2006 ganamos en
16 entidades y en 2012 la cifra se redujo a 8.
·
En
el Estado de México, cuna de Enrique Peña Nieto y entidad en la que se
concentró la mayor cantidad de compra de voto y trapacerías electorales, el
priísmo calculaba arrasar para neutralizar la copiosa votación del DF a favor
del progresismo. No fue así. La izquierda tuvo un éxito rotundo, recuperando
municipios metropolitanos de alto peso demográfico como Nezahualcóyotl y
Texcoco.
5. Un dato a destacar –sobre todo
considerando que cada vez es más simétrica la balanza de poder entre el
Ejecutivo y el Legislativo a nivel federal–, es que ningún partido o coalición
contará con mayoría absoluta en la próxima Legislatura. Esto quiere decir que
no hay ganadores absolutos, como tampoco hay perdedores absolutos. Los
mexicanos no quieren soluciones de un solo hombre, como pretenden los
nostálgicos del viejo presidencialismo. Continuaremos con los llamados
gobiernos divididos, cuya regla es que las fuerzas políticas tendrán que
escucharse, negociar y generar acuerdos si es que pretenden que sus iniciativas
se hagan realidad. A partir de
septiembre las izquierdas serán la segunda fuerza política en la Cámara de
Diputados, constituyéndose así como la oposición más importante a Enrique Peña
Nieto. Sin embargo, será el Senado el principal bastión de oposición al PRI.
Sumados los escaños del PAN y del
Movimiento Progresista en el Senado, rebasan cómodamente la mayoría absoluta,
lo cual implica que toda reforma que pretenda impulsar Peña Nieto deberá contar
con la aprobación al menos de una parte de la oposición.
En suma, pese a que es del todo
lamentable no haber obtenido la Presidencia de la República, no hay lugar ni
tiempo para el desánimo: la izquierda se ha consolidado como la segunda fuerza
política en el país y eso conlleva a asumir inmediatamente el deber que el
electorado nos ha conferido. Por si esto fuera poco, este bloque político ha
repuntado drásticamente en zonas en las que estaba borrado del mapa (Nuevo
León, Baja California), afianzando sus bastiones electorales (DF, Guerrero,
Oaxaca), e inaugurando una etapa democrática en estados históricamente
dominados por caciques (Morelos, Tabasco y en menor medida, Jalisco). Salvo
Chiapas y Zacatecas, dos “atípicas excepciones” –por decirlo en términos
sutiles–, el común denominador es que las fuerzas progresistas han salido
fortalecidas en entidades con tradición en la lucha social.
Haciendo un balance general, la izquierda ha
triunfado en 2012. Nadie puede cuestionar que ha incrementando ampliamente su
capital político. El desafío será ponerlo al servicio de la defensa de las
causas populares y ejercer un papel determinante en el rumbo del sexenio que
iniciará en diciembre de 2012 y culminará en 2018. Bajo este nuevo escenario y
esta correlación de fuerzas, las preguntas pertinentes son: ¿Qué hacer? ¿Qué
sigue para la izquierda mexicana? Dedicaré la siguiente entrega a aportar
algunos elementos para responder estas preguntas.
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