sábado, 9 de junio de 2012
La vocación internacionalista de la izquierda
Alejandro Encinas Nájera
La izquierda reivindica su vocación internacionalista porque es humanista y sostiene que toda vida, independientemente de las coordenadas en las que se desenvuelva, tiene el mismo valor y la misma dignidad.
En otras palabras, ser de izquierdas implica solidarizarse con quienes resisten en cualquier parte del planeta. Estas luchas se entrecruzan, son paralelas, se hermanan. Lo mismo hay que alzar un grito demandando paz justa en el Medio Oriente, que demandando comicios libres en Egipto o en Bielorrusia; tan importante es preocuparse por el crecimiento dramático de la extrema derecha en Europa, que por la persistencia del olvido por parte de la comunidad internacional a aquéllos que viven bajo un sol desértico en los campos de refugiados saharauis. Por más distante que se encuentre geográficamente, no nos es ajena la sistemática violación de derechos humanos por parte de una dictadura militar en Burma, como tampoco lo fue el repudio cuando cerca de nuestro país, en Honduras, un golpe de Estado derrocó a un presidente democráticamente electo.
Y también hay que celebrar nuestros triunfos. La ola que pintó de distintos matices de izquierda la región latinoamericana nos entusiasma al igual que el reciente triunfo de Hollande en Francia. Tan hermanados y mutuamente influyentes son estos procesos, que los claveles del lejano Túnez acaban de desembarcar en México. La izquierda en el ámbito internacional debe estar guiada por el principio de la solidaridad e integración de los pueblos y luchar en contra de toda política neocolonialista.
Por si esta postura ética por sí sola no fuera razón suficiente, hay que reparar en que la globalización ha replanteado la geometría del poder. Los Estados han desarrollado un elevado nivel de interdependencia y los pueblos cada vez se encuentran más interconectados entre sí. Prueba de ello fue la crisis hipotecaria de 2009, originada en EUA, pero que causó los mismos o peores estragos del otro lado del mundo.
Autores como Habermas refieren que la globalización ha traído como resultado una constelación posnacional. Hoy es más claro que nunca que el destino político de los pueblos y comunidades ya no pueden ser entendidos en términos nacionales exclusivamente. Desde que los riesgos globales son indivisibles, los destinos colectivos se hallan estrechamente conectados. La conciencia global se ha desarrollado bajo el reconocimiento de que somos interdependientes, pues nos enfrentamos a riesgos compartidos. Temas como el SIDA, el flujo de los recursos financieros, el tráfico de drogas, la internacionalización del crimen, la guerra, la seguridad internacional, los problemas ambientales contemporáneos y la migración, están provocando que el poder político efectivo trascienda las fronteras nacionales y sea compartido por diversas fuerzas regionales e internacionales. La izquierda debe plantear con mucha imaginación y vocación innovadora los entramados institucionales para hacer frente a los desafíos actuales.
De no ser así, prevalecerán los poderes trasnacionales que se desplazan libremente a través de las fronteras del Estado-Nación causando estragos tras su paso. Son los poderes financieros y económicos –bancos y grandes corporaciones– quienes están determinando el tipo de integración en curso y el papel que le corresponde jugar a cada una de las regiones. Estos poderes, en vez de plantear soluciones concertadas a nivel global, están agravando la situación debido a su ambición insaciable. A tal punto se ha llegado, que hoy, ante los riesgos del cambio climático y los elevados niveles de pobreza, se habla de una crisis civilizatoria.
Ante poderes trasnacionales que pregonan por un neoliberalismo a escala mundial, es necesario un contrapoder igualmente trasnacional. Hoy toda lucha de izquierda que se concentre exclusivamente dentro de las fronteras del Estado-Nación, es insuficiente si no es que está condenada al fracaso. En otras palabras, para enfrentar a los poderes globales, hay que internacionalizar las resistencias.
La izquierda ha de articularse para otorgar a la globalización otro rostro. Si hoy las fuerzas que están detrás de este proceso son económicas, la izquierda debe recuperar la política y lo público. Hay que superar ese grave desfase entre una democracia que aún se encuentra confinada en los estados, mientras que las fuerzas sociopolíticas más poderosas escapan del control de tales unidades.
Hay que destacar otra razón para refrendar la vocación internacionalista de la izquierda. Los poderes económicos, financieros y la derecha en general, funcionan de manera cohesionada, compacta y homogénea. Si encuentran a la izquierda fragmentada y aislada, no encontrarán obstáculo para implantar su proyecto. De ahí parte la importancia de fortalecer organizaciones como la Unión de Juventudes de la Internacional Socialista. Se trata de la organización juvenil más grande del mundo, pues aglutina a 150 organizaciones políticas de corte socialista, socialdemócrata y laborista de más de 100 países. Hoy es una organización de organizaciones hermanas.
Quizás nadie mejor que el Che Guevara haya logrado cristalizar en una sola frase toda una concepción del papel de la izquierda en el mundo: “No somos amigos, no somos familiares, ni siquiera nos conocemos pero si a usted como a mí le indigna cualquier acto de injusticia que se comete en el mundo, entonces seremos compañeros.”
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