Alejandro Encinas Nájera
Sin sorpresas ni sobresaltos transcurrió el segundo
debate presidencial. Para estos momentos ha quedado claro quién es quién y qué
intereses y sectores de la sociedad representa cada uno de los contendientes. Estamos
en el último tramo de estas campañas. Se acerca la cita con las urnas. Quedan
poco más de dos semanas para cambiar el destino del país durante los próximos
seis años. Ha llegado la hora de que los indecisos hagan sentir su presencia y
marquen una irreversible tendencia electoral de cambio.
Los debates, como los partidos de fútbol, son un
excelente pretexto para reunirse con familiares, amigos o incluso congregarse
masivamente en alguna plaza pública y luego ir a festejar el triunfo al Ángel.
Se viven quizás con la misma intensidad, con porras y abucheos, con polémicas y
golpes bajos. Así como todo mexicano se vuelve un entrenador cuando juega su
equipo favorito –sugiriendo cambios, tácticas y alineaciones–, también sale a
relucir el asesor político que lleva adentro en el momento en que su candidato
se enfrenta a la hora decisiva del debate. –¿Por qué AMLO no fue a la ofensiva?
–Quadri debió haber dicho esto. –Josefina se vio desesperada. –Y Peña Nieto...
a ese sí ni cómo ayudarle.
El formato del debate no fue tan acartonado como en
ocasiones anteriores. En eso ayudó la moderación de Javier Solórzano, quien le
inyectó frescura y dinamismo. Analizar el desempeño de los candidatos merece un
punto y aparte.
Josefina. Según algunos sondeos, esta candidata se llevó la
noche. Es curiosa la evaluación de la opinión pública. Si el candidato ataca,
lo suelen tachar de rijoso y poco propositivo. Si no ataca, le recriminan no
haber sacado los trapitos al sol y haberse visto muy light. Vázquez Mota optó por ir a la ofensiva. Mejoró mucho en
cuanto al primer debate, pero cometió el error de dedicarle mucho tiempo a
Quadri. Tanto se enfrascó con el pupilo de la maestra Gordillo, que hizo
parecer que la disputa era por conservar el tercer lugar. Se le agradece,
porque alguien se lo tenía que decir. Y lo puso en su lugar.
Por otro lado, llama la atención que su condición de
mujer sea lo mejor que tenga que ofrecer. A ese inadmisible esencialismo hay
que responderle que no basta con ser mujer, también hay que pensar como tal. De
nada sirve para las mujeres que otras mujeres lleguen a espacios de decisión,
si siguen reproduciendo los esquemas y las prácticas de dominación patriarcal.
Y según sus spots, esta candidata tiene “los pantalones bien puestos”, frase
acuñada desde el machismo más conservador. En cambio, desde la izquierda y el
progresismo, todo hombre es un feminista consciente de que cuando una mujer
avanza, no hay hombre que retroceda.
Gabriel. Las modas son pasajeras y perecen. Quadri no fue la
excepción. En el primer debate impactó
por su capacidad retórica y por promover la falsa y populista dicotomía ciudadanos vs políticos. Para el segundo
debate no ofreció nada nuevo, y cansó. En principio, ya se constató que éste no
es un “candidato ciudadano” puro e inmaculado, sino un mercenario a sueldo cuya
tarea es asegurar el registro –y con ello el presupuesto público– para el
partido de Elba Ester Gordillo. Mucho cuidado hay que tener con aquéllos que
pretenden lucrar políticamente denostando a la política. Este comportamiento
antipolítico ha conducido a nocivos procesos que han llevado al poder a
personajes como Fujimori en Perú o Berlusconi en Italia, ambos falsos outsiders. Al trillado discurso de la
antipolítica pregonado desde el neoliberalismo, le ha de suceder una réplica:
que como ciudadanos, la política y por ende la polis nos son consustanciales. No se trata de renunciar a lo
público delegando tales decisiones a las fuerzas del mercado, sino por el
contrario, reapropiarnos de ello, y desde ahí repensar y replantear una nueva
forma de hacer política en cuyo núcleo resida la ética democrática.
Enrique. Si de algo se salvó Peña Nieto en ambos debates, es
que nadie lo noqueó. Un candidato con pies y cuerpo de barro, es a lo sumo
propenso a destrozarse ante los ataques de sus adversarios. Pero nadie en el
debate dijo algo que no se supiera. A lo mucho, lo que pocos enterados sabían,
ahora se expuso en cadena nacional. Pero a decir verdad, de los dos debates
Peña Nieto salió bien librado. No fueron sus adversarios partidistas; fueron
los universitarios, las inmensas marchas convocadas en su contra y el despertar
colectivo, lo que está provocando la caída estrepitosa de quien hasta hace unas
semanas se creía el próximo presidente. Así asistimos a un segundo debate en el
que Peña Nieto se sintió arrinconado, presionado desde todos los frentes, tanto
por sus socios e inversionistas, como por sus detractores. Ha tenido que hablar
de democracia. Tantas veces la evoca que pareciera que la niega, la repele. Le
sienta bien el dicho popular “dime de lo que presumes y te diré de lo que
careces”.
Andrés
Manuel. Quien ha sido tantas veces
señalado como rijoso e intolerante, no atacó en ninguna ocasión. Es más, el
centro de su mensaje fue la reconciliación nacional. Su núcleo duro le reclamó no
haber desenmascarado a Peña Nieto, contando con tantos elementos coyunturales y
contundentes como las revelaciones del
periódico británico The Guardian en
torno a la alianza de Peña Nieto con Televisa, o los actos de porrismo y
acarreo perpetrados en el Estadio Azteca en contra de los estudiantes. Pero
López Obrador prefirió en esta ocasión dirigirse a quienes se tenía que
dirigir: a los indecisos, a quienes en este último tramo van a inclinar el fiel
de la balanza. También hizo un llamado al voto útil, es decir, a los panistas y
priístas de abajo que han sido igualmente perjudicados por la rapacería de los
gobiernos neoliberales. Se le vio fresco, tranquilo y con mayor fluidez que en
el primer debate.
Recapitulando, dime qué estrategia sigues y te diré
en qué lugar estás. Quadri no tiene nada que perder y todo por ganar: cuarto
lugar. Josefina pretende despedirse de manera decorosa de la contienda: tercer
lugar. AMLO y Peña Nieto, cautelosos, reservados, sin tomar grandes riesgos,
están en la disputa por la Presidencia. Las opciones están sobre la mesa: o
regresión autoritaria y nostalgia por los tiempos del partido hegemónico, o
darle la oportunidad a la izquierda para mostrar de qué está hecha, para
replicar políticas exitosas que han potenciado las economías y la equidad en
países como Brasil y sobre todo, para demostrar que en nuestra democracia no
hay veto, exclusión y selectividad, y con ello dar por culminada nuestra
transición y enfocarnos de una vez por todas en su consolidación.
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