miércoles, 23 de mayo de 2012

Destellos de primavera



 
Alejandro Encinas Nájera

Hay motivos de sobra para que los demócratas se encuentren alegres y entusiasmados. Comienzan a verse destellos de lo que probablemente será una Primavera Mexicana. Sus alcances y resultados aún no pueden vislumbrarse, pero lo cierto es que como un río en lluvia, su caudal se va nutriendo. La irrupción de una ciudadanía crítica y revitalizada es irrevocable; ha llegado para quedarse.

El país y la sociedad mexicana han cambiado; las instituciones no. Éstas permanecen ancladas a realidades pretéritas. No cabe duda que en la actualidad los sistemas políticos se encuentran desfasados, pues su surgimiento y evolución han respondido a un contexto completamente distinto al que actualmente vivimos. La brecha entre la efervescencia cívica-electoral, y la clase política tradicional, se amplía día con día de manera dramática. Las instituciones están emplazadas urgentemente a actualizarse para encarar los desafíos que plantean estas nuevas realidades.

¿Y cuáles son estas nuevas realidades? Se trata de un cambio de valores y de actitudes políticas. Muy lentamente se han ido gestando a través de los años. En los últimos días hemos atestiguado por fin su florecimiento.

Es una ciudadanía revitalizada que cuenta con un elevado acceso a la información y que no se cree el cuento de que en este país hay una democracia consolidada; que sostiene que la contienda electoral no es una telenovela y que no aceptará imposiciones de los poderes fácticos, en especial de las televisoras. Estas franjas de la sociedad han desarrollado un alto nivel de conciencia y han caído en cuenta que lo que un individuo no puede obtener, una multitud lo conseguirá. En su aritmética de movilización han erradicado la resta y la división, optando por la suma y la multiplicación.

Esta irrupción ciudadana abre nuevas vías de participación y activismo que desde la óptica conservadora o autoritaria no pueden, o mejor dicho, no quieren comprender. Ha mostrado a los escépticos la virtud de conjugar los mensajes en las redes sociales con los actos cara a cara. Se ha reapropiado del espacio público –calles, avenidas y plazas–, para deliberar lo que nos concierne a todos como comunidad política. A muchos ha sorprendido que se muestre repulsiva a la antipolítica y a la resignación; esta nueva ciudadanía se ha desencantado del desencanto y sabe que ha llegado la hora de tomar las riendas del rumbo público.

También rechaza los principios de sumisión, jerarquía y solemnidad propios de una cultura política anacrónica, y plantea una forma novedosa de organizarse de manera democrática, descentralizada, horizontal y solidaria, principios propios de la sociedad-red.

Lo más llamativo y esperanzador de esta efervescencia es que está siendo nutrida principalmente por aquéllos que en el discurso oficial son descritos como apáticos e indiferentes: las juventudes y en especial los universitarios. Hartos de que les receten la frase de que son el futuro, reivindican su papel transformador en el presente. Lo hacen en tono alegre, creativo, irreverente, con brillos de genialidad. Conjugan la pintura con el performance, el humor, la ironía, la crítica ácida y la protesta, con la amistad, la camaradería y la sensación cómplice de estar haciendo historia. Todos estos elementos se han enlazado con una ejemplar dignidad. Dignidad ante la sumisión, la humillación cotidiana, las tentaciones autoritarias.

Por primera vez desde que arrancaron las campañas, la sonrisa plástica de Peña Nieto se ha eclipsado ante un abrumador semblante de preocupación. Desde su cultura priísta no puede comprender qué está pasando. En franco paralelismo con Díaz Ordaz, quien denunciaba que la rebeldía estudiantil del 68 había sido instigada en el contexto de la Guerra Fría por células comunistas leales al bloque soviético, Peña Nieto culpa a sus rivales ideológicos de instigar estas movilizaciones en su contra. De este modo, le falta al respeto a quienes participaron en las recientes manifestaciones guiados estrictamente por su libertad de conciencia. Y es que desde el autoritarismo, lo que no se comprende, se reprime. Así sucedió en Veracruz, Michoacán y Colima, donde los activistas fueron hostigados, agredidos física y verbalmente, y amenazados.

Tras el resultado de la marcha Anti EPN, es pertinente que quienes demeritaron la naturaleza de la convocatoria e invitaban a no asistir, reconsideren su postura. Algo hay que reconocer: fue asombrosa la capacidad que tuvo Peña Nieto para convocar simultáneamente a decenas de miles de personas en varios puntos del país para protestar en su contra. Los detractores de esta marcha centran sus críticas en que lo que unió a los asistentes fue una cuestión no propositiva, es decir, el rechazo. No han caído en cuenta que cuando se plantea el rechazo a la negación de la dignidad y el respeto a la vida humana, esa reivindicación se convierte profundamente afirmativa y política. En conclusión, el rechazo al proyecto restaurador de Enrique Peña Nieto es un SÍ a la vida, un SÍ a la dignidad, un SÍ a defender la democracia. Esta bola de nieve está por convertirse en avalancha. 

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