miércoles, 23 de mayo de 2012

2012, democracia y neoliberalismo



Alejandro Encinas Nájera
Democratizar la democracia

La relación entre un sistema democrático en lo político y un sistema neoliberal en lo económico, es histórica y contingente. En los debates académicos, quienes promueven la visión del fin de la historia –según la cual la humanidad ha encontrado un modelo de sociedad acabado y prácticamente inmejorable–, lo consideran inmanente. Pero esto no tiene por qué ser así. No estamos condenados a que la democracia sea minimalista y restringida a elecciones periódicas, ni a una economía que genera profundas desigualdades estructurales.

Contrariamente, la fusión entre democracia y neoliberalismo debe entenderse como el resultado de un proceso histórico, es decir, delimitado a tiempos y espacios concretos. En el caso de las transiciones latinoamericanas, los regímenes aplicaron una estrategia de estire y afloje. Esto es, al tiempo que en lo político arrancó un proceso de democratización e ingreso de una amplia gama de partidos a la arena pública, en el terreno económico se instauró un periodo de reformas estructurales agresivas que tendieron a favorecer a una reducida minoría en detrimento de las franjas mayoritarias de la población.

Los ciudadanos se entusiasmaron por la promesa de que tendrían el derecho a que su voto contara por igual y de manera efectiva, pero paralelamente se enfurecieron al constatar que su salario real sería reducido y su seguridad laboral pauperizada. Podrían elegir a sus gobernantes, pero el poder se habría trasladado a circuitos financieros trasnacionales e inmunes al sufragio. Quizá aquí estriba la razón por la cual las cuentas del Latinobarómetro reflejan un amplio y esparcido sentimiento de desencanto de los mexicanos con su democracia. Y es que la transición, lejos de significar mayor igualdad y verse reflejada en el ascenso del nivel de vida de la ciudadanía, ha erigido gobiernos que adoptan servilmente agendas con intereses ajenos a los de nuestro país.

A estas alturas ha quedado claro que la relación neoliberalismo-democracia no sólo es insostenible en el tiempo, sino también incompatible en cuanto a sus contenidos. Para cumplir la aspiración igualitaria de la democracia, los ciudadanos deben liberarse de toda dependencia material o de cualquier tipo de subordinación. Esto no es novedad. Los filósofos de la Grecia republicana sostenían que es inconcebible que las personas sean libres en tanto no dispongan de los recursos y los medios para garantizar su existencia material. Un sistema económico que agudiza las inequidades y fabrica desposeídos por millones, simple y llanamente está incapacitado para complementar a la democracia política.

Por si fuera poco, el neoliberalismo traiciona sus propias prédicas: plantea competitividad y libre mercado, pero fomenta monopolios y privilegios. En efecto, contrasta lo que este sistema es en realidad, con las proclamas libertarias de Robert Nozick, precursor de esta corriente de pensamiento. Este autor reivindica la libertad y autonomía del individuo como el valor más preciado, y lo opone al poder arbitrario del Estado. Sin embargo, para sostenerse en el poder, los gobiernos neoliberales utilizan sus órganos de seguridad como maquinarias represoras, esto con el fin de controlar a la población y disuadir todo atisbo de rebelión. Inmejorable prueba de ello la dio Enrique Peña Nieto ante los estudiantes de la Universidad Iberoamericana. Ante el cuestionamiento sobre su responsabilidad en Atenco, donde ocurrió una brutal represión hacia un movimiento social (tan es así que se constató que los policías iban preparados con preservativos para violar a decenas de mujeres), el candidato a presidente por el PRI respondió que fue una acción de autoridad para restablecer el orden público.

Por todo lo anterior, la idea de que el neoliberalismo es sinónimo de desmantelamiento –El Estado mínimo– es una gran falacia. Es mentira que el Estado, al “no entrometerse” en los temas económicos, asume una posición neutral o escindida del conflicto social. Por lo contrario, los estados en la era neoliberal ostentan tanto vigor como antaño, y con las decisiones que toman o dejan de tomar, favorecen y perjudican a distintos sectores de la sociedad. Lo que sí se desmanteló fueron las instituciones de seguridad social y las empresas públicas. Así naufragamos en un capitalismo de cuates.

2012

En estas elecciones presidenciales hay tres candidatos que representan desde distintos matices la opción neoliberal. Son representantes del establishment. De estos tres, hay que reconocer que Quadri es el único que orgullosamente se asume como tal. Plantea privatizar todo, comenzando por los reclusorios y si pudiera, seguramente hasta el aire. El hecho que pregone este discurso al tiempo que es el pararrayos de Peña Nieto no es casualidad. Dice todas estas barbaridades para que con el paso del tiempo se vayan normalizando en el discurso público. El objetivo es ir preparando el terreno para que el próximo gobierno consolide la agenda neoliberal de despojo. Los otros dos candidatos son más pudorosos, pues sabedores de su ideario antipopular y de que sí tienen algo que perder, no lo exhiben en tiempos de campaña. Lo han manifestado cuando han asumido funciones de gobierno, ya sea a nivel federal o estatal.

El único candidato antineoliberal es Andrés Manuel López Obrador, quien encabeza el Movimiento Progresista. Desde hace décadas sus críticas a este modelo económico han sido sistemáticas; el tiempo le ha dado la razón. Para democratizar nuestra democracia precisamos deshacernos del neoliberalismo e instaurar un nuevo modelo en el que las cargas y los beneficios estén distribuidos de manera equitativa.

Sería un acto de absoluta ingenuidad esperar que quienes son los responsables de que el país se encuentre en este atolladero, cambiaron de la noche a la mañana y ahora portan la solución para salir de él. Albert Einstein solía decir que es una locura esperar que haciendo lo mismo vamos a obtener resultados distintos. Por más que el neoliberalismo propague miedo y desmotivación bajo la idea de que todos los políticos son lo mismo y que de nada sirve organizarse porque las cosas no van a cambiar, hoy los mexicanos tenemos la posibilidad de transformar nuestra realidad a través de la vía electoral. Esto es inusitado y no es poca cosa. Podemos restaurar la confianza en nosotros mismos. La moneda está en el aire. 

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