Alejandro Encinas Nájera
Democratizar la democracia
La relación entre un sistema
democrático en lo político y un sistema neoliberal en lo económico, es
histórica y contingente. En los debates académicos, quienes promueven la visión
del fin de la historia –según la cual la humanidad ha encontrado un modelo de
sociedad acabado y prácticamente inmejorable–, lo consideran inmanente. Pero
esto no tiene por qué ser así. No estamos condenados a que la democracia sea
minimalista y restringida a elecciones periódicas, ni a una economía que genera
profundas desigualdades estructurales.
Contrariamente, la fusión
entre democracia y neoliberalismo debe entenderse como el resultado de un
proceso histórico, es decir, delimitado a tiempos y espacios concretos. En el
caso de las transiciones latinoamericanas, los regímenes aplicaron una
estrategia de estire y afloje. Esto es, al tiempo que en lo político arrancó un
proceso de democratización e ingreso de una amplia gama de partidos a la arena
pública, en el terreno económico se instauró un periodo de reformas
estructurales agresivas que tendieron a favorecer a una reducida minoría en
detrimento de las franjas mayoritarias de la población.
Los ciudadanos se
entusiasmaron por la promesa de que tendrían el derecho a que su voto contara
por igual y de manera efectiva, pero paralelamente se enfurecieron al constatar
que su salario real sería reducido y su seguridad laboral pauperizada. Podrían
elegir a sus gobernantes, pero el poder se habría trasladado a circuitos
financieros trasnacionales e inmunes al sufragio. Quizá aquí estriba la razón
por la cual las cuentas del Latinobarómetro
reflejan un amplio y esparcido sentimiento de desencanto de los mexicanos con
su democracia. Y es que la transición, lejos de significar mayor igualdad y
verse reflejada en el ascenso del nivel de vida de la ciudadanía, ha erigido
gobiernos que adoptan servilmente agendas con intereses ajenos a los de nuestro
país.
A estas alturas ha quedado
claro que la relación neoliberalismo-democracia no sólo es insostenible en el
tiempo, sino también incompatible en cuanto a sus contenidos. Para cumplir la
aspiración igualitaria de la democracia, los ciudadanos deben liberarse de toda
dependencia material o de cualquier tipo de subordinación. Esto no es novedad.
Los filósofos de la Grecia republicana sostenían que es inconcebible que las
personas sean libres en tanto no dispongan de los recursos y los medios para
garantizar su existencia material. Un sistema económico que agudiza las
inequidades y fabrica desposeídos por millones, simple y llanamente está
incapacitado para complementar a la democracia política.
Por si fuera poco, el
neoliberalismo traiciona sus propias prédicas: plantea competitividad y libre
mercado, pero fomenta monopolios y privilegios. En efecto, contrasta lo que este
sistema es en realidad, con las proclamas libertarias de Robert Nozick, precursor
de esta corriente de pensamiento. Este autor reivindica la libertad y autonomía
del individuo como el valor más preciado, y lo opone al poder arbitrario del
Estado. Sin embargo, para sostenerse en el poder, los gobiernos neoliberales utilizan
sus órganos de seguridad como maquinarias represoras, esto con el fin de
controlar a la población y disuadir todo atisbo de rebelión. Inmejorable prueba
de ello la dio Enrique Peña Nieto ante los estudiantes de la Universidad
Iberoamericana. Ante el cuestionamiento sobre su responsabilidad en Atenco,
donde ocurrió una brutal represión hacia un movimiento social (tan es así que
se constató que los policías iban preparados con preservativos para violar a
decenas de mujeres), el candidato a presidente por el PRI respondió que fue una
acción de autoridad para restablecer el orden público.
Por todo lo anterior, la idea
de que el neoliberalismo es sinónimo de desmantelamiento –El Estado mínimo– es
una gran falacia. Es mentira que el Estado, al “no entrometerse” en los temas económicos,
asume una posición neutral o escindida del conflicto social. Por lo contrario,
los estados en la era neoliberal ostentan tanto vigor como antaño, y con las
decisiones que toman o dejan de tomar, favorecen y perjudican a distintos
sectores de la sociedad. Lo que sí se desmanteló fueron las instituciones de
seguridad social y las empresas públicas. Así naufragamos en un capitalismo de
cuates.
2012
En estas elecciones
presidenciales hay tres candidatos que representan desde distintos matices la
opción neoliberal. Son representantes del establishment.
De estos tres, hay que reconocer que Quadri es el único que orgullosamente se
asume como tal. Plantea privatizar todo, comenzando por los reclusorios y si
pudiera, seguramente hasta el aire. El hecho que pregone este discurso al tiempo
que es el pararrayos de Peña Nieto no es casualidad. Dice todas estas
barbaridades para que con el paso del tiempo se vayan normalizando en el
discurso público. El objetivo es ir preparando el terreno para que el próximo
gobierno consolide la agenda neoliberal de despojo. Los otros dos candidatos
son más pudorosos, pues sabedores de su ideario antipopular y de que sí tienen
algo que perder, no lo exhiben en tiempos de campaña. Lo han manifestado cuando
han asumido funciones de gobierno, ya sea a nivel federal o estatal.
El único candidato antineoliberal
es Andrés Manuel López Obrador, quien encabeza el Movimiento Progresista. Desde
hace décadas sus críticas a este modelo económico han sido sistemáticas; el
tiempo le ha dado la razón. Para democratizar nuestra democracia precisamos
deshacernos del neoliberalismo e instaurar un nuevo modelo en el que las cargas
y los beneficios estén distribuidos de manera equitativa.
Sería un acto de absoluta
ingenuidad esperar que quienes son los responsables de que el país se encuentre
en este atolladero, cambiaron de la noche a la mañana y ahora portan la
solución para salir de él. Albert Einstein solía decir que es una locura
esperar que haciendo lo mismo vamos a obtener resultados distintos. Por más que
el neoliberalismo propague miedo y desmotivación bajo la idea de que todos los
políticos son lo mismo y que de nada sirve organizarse porque las cosas no van
a cambiar, hoy los mexicanos tenemos la posibilidad de transformar nuestra
realidad a través de la vía electoral. Esto es inusitado y no es poca cosa.
Podemos restaurar la confianza en nosotros mismos. La moneda está en el aire.
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