Alejandro Encinas Nájera
La
calificación de la elección presidencial por parte del Tribunal Electoral ha
erigido un monumento a la impunidad que incluso opaca a la Estela de Luz. Como
en 2006, se vuelve a comprobar que es más rentable violar la ley electoral que
acatarla, puesto que el castigo (una multa, si acaso la hay) es mucho menor que
el premio (la Presidencia). Enrique Peña Nieto tendrá que pagar 6 mil pesos de sanción
por la millonada que se gastó en fabricar su candidatura desde los tiempos en
que despachaba como gobernador del Estado de México. Ser nombrado próximo
presidente por instituciones capturadas por los grupos que dominan en este
país... ¿no tiene precio?
Con esta
premisa, los jueces han enviado una invitación a futuros competidores a cometer
ilícitos. La multa por hacerlo será vista como una inversión que puede pagarse
a 12 meses sin intereses, una vez que administren las arcas públicas. Pero en
ningún momento se resarce el daño de la conducta ilegal y mucho menos se les
retirarán los cargos que con ilicitudes consiguieron.
Con este
fallo, los magistrados le fallaron al 99% de los mexicanos, priístas, panistas,
perredistas y apartidistas por igual.
Porque estos jueces han desechado todo, incluidas las condiciones de
equidad, certeza, imparcialidad y transparencia para que se realice una
contienda democrática. Y es que mientras le deban su cargo al 1% y a las
cúpulas partidistas, y no a sus méritos profesionales y honestidad, no habrá
justicia electoral.
Ya advertíamos que había que ser muy
escépticos del desempeño de un tribunal filopriísta, y que quien depositara sus expectativas en
éste, nuevamente se llevaría un desaire. Lo que no anticipamos es el nivel de
cinismo y de malabarismo leguleyo que pondrían en práctica. En el fallo de
2006, al menos señalaron que las ilicitudes cometidas, como la intervención del
Vicente Fox en su calidad de titular del Ejecutivo o de algunas cúpulas
empresariales que financiaron la guerra sucia, pusieron en riesgo la
contienda... pero nomás tantito. A seis años de aquella pieza estridente, tan
desafinada como inaudible, el Tribunal perfeccionó su cinismo, sentenciando un réquiem por la democracia.
Me imagino que los 100 millones de
mexicanos presenciamos unos comicios diferentes a los que calificaron los
jueces electorales. Desde su óptica, las elecciones se desarrollaron en
condiciones diáfanas, cristalinas. Para el TEPJF el desempeño del PRI fue
impoluto, perfecto, inmaculado. No es que las denuncias no fueran determinantes
para el resultado electoral, como invocaron en 2006; es que la compra de voto,
las tarjetas Soriana, el rebase de tope de gastos de campaña, el escándalo de
Monex, la manipulación de las encuestas para alterar la percepción de los
ciudadanos, la alianza con Televisa y el financiamiento ilícito, simple y
llanamente no ocurrieron más que en las mentes esquizofrénicas del Movimiento
Progresista. Es como si la maquinaria corporativa-autoritaria desapareciera
repentinamente de la fas de la tierra. Para el máximo tribunal electoral, el
PRI ni por un milímetro transgredió la ley. Es más, lo felicitaron por haber
ganado en buena lid.
Hubieron
causales reiterativas para desechar las denuncias. Señalaron que no se
aportaron suficientes pruebas. –Los indicios son insuficientes y aislados–,
–La prueba no se interpuso a tiempo– dijeron insistentemente. –Por lo tanto, la
irregularidad no está demostrada– concluyeron. Enunciados de esta naturaleza
colindan con el famoso “uy joven, no puedo hacer su trámite porque le faltó su
cartilla de vacunación y el acta de matrimonio de sus abuelos”. Repitiéndolos
reiteradamente y sin mayor diligencia, Enrique Peña Nieto fue ungido por el
TEPJF.
Por lo
anterior es pertinente preguntarse: ¿Es éste un tribunal constitucional? Sus
obligaciones son tutelar el voto y garantizar la vigencia de los preceptos
constitucionales. Esto quiere decir que las elecciones no son litigios entre
privados; son temas de interés público y como tales tienen que ser resueltos.
Pero en vez de ello, el Tribunal se dedicó a desechar una por una las denuncias
del Movimiento Progresista. La
negligencia estriba en que no evaluaron el impacto que todas las
irregularidades en su conjunto ejercieron durante el proceso electoral. El
dictamen se elaboró a partir de la focalización del análisis, entendido como la
resolución caso por caso y el aislamiento sistemático de las irregularidades.
En ningún momento los magistrados tuvieron la iniciativa de ver una evidente concatenación
entre los distintos elementos que calificaron. Deliberadamente desconocieron
estos ilícitos como componentes de una totalidad coherente y coordinada.
El TEPJF se
dedicó a regañar a AMLO y a sus abogados, incluso llegó a mofarse de las
pruebas que presentaron. Incurrieron en una omisión grave: si el recurso que se
presentó como denuncia no presentó elementos de prueba para acreditar la
acusación, el TEPJF puede actuar de oficio. Tal carencia no es causal para
desechar la irregularidad.
Más allá del
regaño y las mofas al Movimiento Progresista, eludieron responder a los
mexicanos una pregunta elemental e indispensable. Desecharon una por una las
impugnaciones, pero nunca dijeron si hubo elecciones libres, auténticas, tal como
su responsabilidad de Tribunal Constitucional les emplazaba. El fallo optó por
eludir la máxima certidumbre y transparencia. En vez de criterios garantistas, eligió
una estrategia letrista para convalidar los resultados electorales.
Y la
democracia es perfecta. Y aquí nada pasó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario