lunes, 12 de julio de 2010

El escritor de la congruencia

El escritor de la congruencia

Alejandro Encinas Nájera

“Cantamos porque llueve sobre el surco

y somos militantes de la vida y

porque no podemos ni queremos

dejar que la canción se haga cenizas”

(Mario Benedetti, Canción Nueva)

I

“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”. En 1998 José Saramago pronunció estas palabras ante la academia sueca tras recibir el Premio Nobel de la Literatura. Se refería a su abuelo Jerónimo, el maestro de su vida, el que más intensamente le enseñó el duro oficio de vivir, el “pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver”. Fue por él que su nieto comenzó a escribir. Transformar personas de carne y hueso en personajes literarios -“con el lápiz siempre cambiante del recuerdo”- fue su modo de rastrear sus orígenes, de salvar del olvido a los muertos que le dieron vida y que lo hicieron el hombre que fue.

El pasado 18 de junio, a sus 87 años, el autor portugués murió en Lanzarote, isla en la que rodeado de un clima de familia y afecto, discurrió la última etapa de su vida. Justo en pleno agotamiento moral de un sistema que articula a personas y naciones a través del egoísmo, y que enaltece la acumulación como vía unívoca a la felicidad, se nos fue un autor prolífico de ideas, un defensor a ultranza de la dignidad humana.

II

Además de haber sido un novelista fuera de serie, Saramago fue, en el más amplio sentido de la palabra, un ciudadano. “Yo no puedo negar que tengo una responsabilidad, como ciudadano, como parte de una sociedad. ¿O acaso lo único que sirve es tener y tener cada vez más? Por favor, recuperemos esta idea de que hay que aprender a vivir juntos”.

Entrado en años, su espíritu combativo lejos de claudicar, se fortalecía. En 2003 se sumó a las protestas en contra de la invasión estadunidense a Irak, a esa incursión que calificó como un capricho belicista de “políticos a quienes les sobra en ambición lo que les va faltando en inteligencia y sensibilidad”. Y bajo el lema de “ellos quieren la guerra, pero nosotros no les vamos a dejar en paz”, veía que el emergente activismo transfronterizo se estaba volviendo la “mosca cojonera del poder”.

Saramago estaba convencido de que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Militante de la vida, era feliz solidarizándose con las mejores causas: “Es tiempo de meter mano a la más maravillosa y hermosa de todas las tareas: la incesante construcción de la paz. Pero que esa paz sea la paz de la dignidad y del respeto humano, no la paz de la sumisión y de la humillación (...) Ya es hora de que las razones de la fuerza dejen de prevalecer sobre la fuerza de la razón.”

III

"Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran." Tras sus lentes Saramago observaba con preocupación el deterioro y la deshumanización de la convivencia. Ensayo sobre la ceguera versa sobre una sociedad acechada por una epidemia de ceguera. Resguardados en el fuero del anonimato y la impunidad, se desata una embriaguez de mezquindad y vileza, sale a relucir la parte más oscura de la condición humana. Me temo que los personajes no son tan ficticios y que la parábola no está tan alejada de la realidad.

IV

“Soy un comunista hormonal” –responde. Ante la perplejidad del entrevistador, el autor portugués explica: “Imagínese que hay personas que nacen con ciertas hormonas que las dirigen hacia el comunismo (...) Bien, ahí tiene usted el motivo por el que sigo siendo comunista, por una hormona que me impone una obligación ética.”

José Saramago ingresó al Partido Comunista en tiempos en que era perseguido por la dictadura de Salazar. Presenció el desmoronamiento de los marxismos históricos, el ascenso de la unipolaridad, y la orfandad ideológica de las izquierdas. Era escéptico de prever una revolución en un futuro cercano, pues para hacerla “hay que tener ideas sobre lo que se quiere hacer en el futuro, y ahora, como ya hemos visto, las ideas no sobran”.

Sus convicciones hormonales no le nublaban el panorama: “Las izquierdas son campos en ruinas. Son muchas las crisis en el mundo, pero hay una crisis que es la más grande de todas, que es la crisis de ideas. (...) el fracaso de las izquierdas se ve en lo siguiente: la derecha, cuando por motivos de estrategia política se va al centro, pues no por eso deja de ser derecha. Y no engaña a nadie. Pero cuando la izquierda se va al centro, deja de ser izquierda.”

Desencantado por el desdibujamiento y la pérdida de identidad de los partidos que se asumen de izquierda, e indignado por regímenes comunistas que no respetan ese acto irrenunciable de conciencia que es el disenso, José Saramago cimbró sus esperanzas en la proliferación de pequeños movimientos de resistencia ciudadana que se manifiestan en todo el mundo.

Concluyo

Cuando murió su entrañable amigo, el escritor uruguayo Mario Benedetti, Saramago le dio despedida de la siguiente manera: “Son muchas las razones que nos llevan a la lectura de Bendetti. Tal vez la principal sea que el poeta se ha convertido en voz de su propio pueblo. O sea, en poeta universal.” Pues bien, creo que esas mismas palabras se pueden aplicar para despedirse de José Saramago.

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