Me cuesta confesarlo, pero ahí les va: me llamo Alejandro y soy adicto al Black Berry. Bueno, quizás he exagerado un poco, pero ahora que he atrapado tu atención, considero indispensable que reflexionemos en torno a una tecnología que ha alterado la forma en que nos relacionamos, concebimos tiempo y espacio y sobre todo, que ha transformado –que no es lo mismo a revolucionar– las telecomunicaciones. Eludo usar el término revolucionar, pues esto presupone progreso, avance, y no estoy muy seguro de que el Black Berry contribuya en ello.
Para quienes no están familiarizados con este infernal aparato, basta comentar que se trata de un teléfono celular con Internet incluido, mensajería entre blackberristas sin costo adicional, correo electrónico, GPS y redes sociales como Twitter y Facebook (lleva a todos tus amigos en el bolsillo, reza la propaganda). Los empresarios han logrado colocarlo como un objeto que confiere status social: “¿No tienes Black Berry? Uff, entonces, ¿cómo nos vamos a contactar?” O en su defecto, “Ok, nos vemos luego, mándame un mensajito por el BB Messenger”.
Todos nos sentimos muy modernos con nuestra “oficina móvil”: ¡qué maravilla poder estar de vacaciones despachando como si estuviera en la oficina! ¿Seguros? O mejor dicho, los asuntos del trabajo, como el karma, me persiguen a donde quiera que voy. Lo cierto es que con este celular, los usuarios están permanentemente localizables por su novi@, jef@ y demás @rrobas. La ciencia ficción del Gran Hermano que todo lo ve, del escritor británico George Orwell, al fin materializada. Sus inventores bien lo sabían. Con lujo sarcástico lo bautizaron Black Berry. Cuenta la leyenda urbana que en los tiempos de las grandes haciendas algodoneras del sur de lo que ahora conocemos como Estados Unidos, así se les conocía a las bolas metálicas que se encadenaban a los tobillos de los esclavos africanos para que no escaparan de la explotación laboral. Después de conocer esta metáfora, ¿nosotros los blackberristas nos seguiremos sintiendo tan sofisticados?
Hay quienes aseguran que ésta es y será una tecnología destinada exclusivamente a una élite. Están equivocados. Recordemos que tan sólo hace quince años atrás, cuando los celulares se asemejaban a un tabique o a una arma blanca y sólo las familias de alcurnia podían darse el lujo de pasearse por los shopping malls con tremendo aparato causante de problemas ortopédicos, se pensaba lo mismo. Hoy en México hay más de 80 millones de líneas de celular.
Ya Arnoldo Kraus lo ha anticipado: “La epidemia Blackberry es una amenaza. Despersonaliza, aleja a las personas, impide el contacto físico, consume tiempo, es altamente contagiosa y enemiga de la reflexión.” Es desesperante compartir una taza de café con alguien que no te presta atención, que su mente está concentrada en un chat en su pequeña pantalla (me he cachado haciéndolo). Despoja de todo encanto al encuentro amistoso y a la sobremesa. Nunca en la historia de la humanidad se le había dado tanto uso a los dedos pulgares de la mano como ahora que millones teclean maratónicos mensajes. Pese al asombro de los darwinistas, no descartemos que en la siguiente era nos salgan tentáculos en los dedos gordos.
En suma, el Black Berry (para empleados productivos) y el I Phone (para jefes ociosos), pueden ser herramientas de trabajo y comunicación muy útiles. Lo que en verdad preocupa es que el objeto poseído termine por poseer a quien se jactaba de ser su dueño, y que el invento termine devorando a su creador.
Yo agregaría que una (irresponsable) ventaja de la Black Berry es que es un fiel compañero en el tráfico y ha disminuído los claxonazos de desesperación en la ciudad; yo personalmente ansío un alto pa seguir revisando la maquinita del diablo. Seria cuestión nadamans de poner estampas en las defensas de los coches de "no molestes voy twitteando".
ResponderEliminarPor otro lado creo que nunca había estado tan de moda escribir, y ya no hablanda específicamente de la BB sino de twitter, se ha aumentado nuestra capacidad de síntesis y quiero creer que en cierta medida ha mejorado la ortografía de un buen número de jóvenes mexicanos.
A. Briseño